Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
En la sinfonía del nuevo mundo seguimos escuchando cada cinco minutos el último suspiro de un niño. En la sede de todos los congresos parlamentarios seguimos escuchando… cada cinco minutos, su sentencia de muerte.