Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
Buscamos el amor porque nos da la sensación de que estamos vivos. E incluso podríamos llegar a decir que dicha búsqueda nos hace preferir el sufrimiento que la ausencia del mundo.