Desatando nudos. La realidad y el deseo.
Quizás, una de las mayores contradicciones que se plantean en las relaciones sexuales es aquella que se produce cuando apreciamos el enorme tramo que dista entre la realidad y el deseo. Este último favorece los sueños de fugaz recorrido, y explica no pocas veces la frustración en la que nos sumergimos distraídamente.
Las fronteras que separan al deseo del amor encierran en su interior el dolor de la ausencia, el cuerpo abandonado en una noche huraña. Y el desconcierto ante infinidad de preguntas provoca la ira del sosiego y la temerosa presencia del recuerdo. Las dudas suscitadas por el deseo nos confunden, porque no sabemos de donde procede el susurro de sus palabras, y desconocemos donde descansa cuando calla.
Estamos inmersos en una extraña paradoja cuando pretendemos comprobar que el deseo está ahí, presente incluso cuando nuestros párpados se cierran. No llegamos a encontrar ni la clarividencia ni las fuerzas necesarias para contemplar el paisaje que nos presenta, sin que otras reglas y tabúes nos recuerden que habitamos una tierra árida y sombría. ¿Cómo poder incorporarnos ante la dificultad de colmar tanto deseo?

Photo by Joséluis V. Doménech
Es como si acarrear la responsabilidad de nuestros propios incidentes engendrara un temor permanente que no consiente poder satisfacer todos los momentos de pulsión que el cuerpo reclama. Una enorme fragilidad es la respuesta de una cultura castigada.
Cuando el torrente que fluye entre la realidad y el deseo se desborda, e inunda de fango cualquier pequeño espacio de esperanza, aumenta el número de quienes claudican y se alejan, absortos en su resentimiento, y sigilosos en su credo.
Qué difícil es andar cuando no se sabe dónde pisamos. Qué rápido deviene en espejismo aquello que creíamos real, palpable y hasta divertido. En toda conmoción, hasta la propia experiencia nos incomoda.
En estas últimas décadas su protagonismo ha conquistado nuestras vidas. A cada hora y en cada esquina estamos envueltos en deseo. Y en el ordinario mercado en el que nuestra sociedad se ha instituido, todo ha quedado reducido a la posibilidad de poder ser adquirido. Se ha hecho lo posible y lo imposible para que quien viva, desee, sin que importe mucho el qué, y mucho menos el cómo. De ese modo se produce una especie de encarcelamiento del yo a través de una hegemonía que nos oprime. E incapaces de poder liberarnos, sucumbimos ante él. Ansiamos una caricia y lo propio hacemos con una bicicleta de montaña.
Porque desconocemos su espectro y no alcanzamos a ver su silueta. Sólo el fuego sabe por qué prende y cuándo se apaga.
“No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
Porque ignoraba que el deseo es una pregunta
Cuya respuesta no existe…”
(Luis Cernuda)
22 mayo, 2013 en 9:13 AM
«Entonces dime el remedio, amigo,. Si están en desacuerdo la realidad y el deseo.»
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22 mayo, 2013 en 11:49 AM
El deseo constante frustra la vida. Hay que aprender a sustituirlo por el placer (descender de los sueños para habitar la realidad)
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