Desatando nudos. Polémicas diferencias (II)
Para lograr una aceptación plena de la vivencia de la sexualidad hemos de partir de una premisa caracterizada por reconocer dos sujetos compartiendo las pulsiones que emergen. Las condiciones que permiten poder alcanzar un mayor equilibrio entre dichas identidades se manifiestan con naturalidad si respetamos el potencial que posee cada una de ellas. Pero aun siendo especiales en sus estallidos químicos y combinaciones genéticas, exclusivos en sus interconexiones neuronales, y actores únicos en sus representaciones, a día de hoy, esos dos sujetos siguen conviviendo bajo la estricta coacción del discurso que les acompaña.

Róza El-Hassan – Syria
Programas terapéuticos que invaden las estanterías en todas las librerías nos invitan a iluminar nuestro interior para poder alcanzar el goce. Eso sí, siguiendo al pie de la letra las instrucciones perfectamente especificadas. Lástima que la invitación venga casi siempre marcada por ciertos modelos a seguir, y no nos ofrezcan siquiera la posibilidad de explayarnos siguiendo el rastro de las feromonas y la libre expresión anárquica de los cuerpos.
La proclamación en algunas décadas de que hombres y mujeres eran exactamente iguales ha hecho posible que desde la sexología y otros ámbitos se manifestaran ciertos intentos por equiparar el placer, otorgando un derecho en el que convergían las delicias de ambos sexos. Pero, en realidad, dicha postura no ha hecho sino seguir reiterando un orden social regulador de determinadas concepciones con respecto a la sexualidad humana. Las grandes diferencias que nos separan emanan precisamente de la construcción de unas normas, concebidas para que nos olvidemos del discurso político, social, y cultural, y sigamos creyendo que nuestro comportamiento ha de estar inscrito en el “orden familiar”, similar al orden que representa el Estado.
El matrimonio y la familia siguen siendo instituciones fuertemente patriarcales, fundamentadas en el ejercicio del poder masculino, y dirigidas a juzgar de modo muy desigual los comportamientos sexuales de varones y mujeres. Proceder al margen de toda norma, convierte la diferencia en desviación. Mas no solo eso, también nos hace prescindir de muchas otras formas de amor, de otras posibilidades afectivas.
Sí. Somos diferentes. Tremenda y maravillosamente diferentes. Lo somos incluso en el recorrido de nuestras propias experiencias. En lugar de la equivalencia nos corresponde la asimetría, la capacidad de satisfacción sin consignas, la inquietud surgida del propio yo.
Frente a la búsqueda del orden levantan sus voces movimientos feministas, movimientos de gays, de lesbianas, de prostitutas y de travestís, reivindicando una convivencia plural, y demandando la puesta en escena de multitud de erotismos (que también habitan en nuestro interior).
Se trata de rescatar la sexualidad de todas las constricciones morales que frenan la autonomía, suprimir la “prisión de género” que vence a todas las singularidades, y promover la diversidad como patrón de conducta.
Mi diferencia contigo está en que cada cual…, ha de tomar su camino.