Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
Saliendo del fiordo presto a besar sus aguas con el mar, el niño contempla a lo lejos el momento que no puede tardar, dejando atrás la bendición de la tierra y deseando escuchar el misterio de esa soledad.