Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
Cada dos por tres mueren mil inmigrantes en el camino. Mientras las fronteras palidecen de vergüenza los hombres levantan muros y alambradas, para esconderse y defender su progreso henchidos de miseria y exclusión.