Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
Aunque tengamos una y mil veces repetida la misma escena en nuestra retina, solo terminamos de observarla cuando ya está detenida. Y es entonces cuando la realidad se hace fotografía, y nuestra mirada queda encerrada.