Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
Tengo la manía de creer en lo que escribo. Perdonad este latido de mi presencia, pero en cada esquina y a cada momento me encuentro con gente que cree en lo que escriben los demás.