Civivox San Jorge, Iruña – Pamplona, 19’00
Hoy lunes regresamos, para poder reflexionar en torno a la siempre esquiva puesta en escena de la comunicación. Os dejo algunos interrogantes que plantearé durante la charla.
Más allá de la interpretación: ¿Es posible una óptima comunicación?
En el encuentro entre dos personas la comunicación parece el instrumento más eficaz para llegar a un acuerdo, y el uso del lenguaje será la clave para llevar adelante ese proceso. Pero lo que a todas luces parece lógico, puede convertirse en un laberinto donde perderse es más común que encontrar la salida.
Comenzar una conversación supone, las más de las veces, no saber cómo va a continuar y, mucho menos, cómo se va a desarrollar. Su puesta en escena recuerda en exceso a una partida de ajedrez, dada la continua dependencia de los movimientos del otro y a esa presencia permanente de la estrategia.
Lo hablado, perfectamente podría haber sido otra cosa. Debemos constatar que no se llegó a expresar todo lo que se quiso y, paralelamente, tampoco del modo en que se propuso. Si añadimos a ello todo lo que se calló, ¿quién sabe qué hubiera sucedido sin la premisa del silencio?. Hay que reconocer que en las entrañas de la comunicación hay infinidad de mundos que se nos escurren entre las manos y que inciden directamente en los resultados de cada aproximación… y cada distanciamiento.
La percepción se convierte en este fantástico viaje en herramienta fundamental. Cada uno de nosotros adquirimos una sensación interior que resulta de muchas impresiones. Puede ser consciente o inconsciente, y llevarnos o detenernos. Su importancia es de tal calado que debemos dejar constancia de que la percepción precede a la comunicación.
Así pues, nos acercamos a uno de los grandes enigmas. Antes de comenzar el diálogo ya tenemos preestablecidas una serie de “técnicas internas” que harán posible que las palabras se deslicen hacia un lado o hacia el otro, a un ritmo o a otro y, también, que vayan construyendo o deteriorando cada encuentro. Y en este peculiar inicio, dar por hecho o dejar de hacerlo puede convertirse en una apreciación más importante que lo posteriormente hablado.
Todo parece indicar que la mejora es necesaria, e incluso urgente. Bien; tratándose de que hemos de comunicarnos, no debemos olvidar que somos dos. En cada aproximación van filtrándose todas nuestras ideas y, por muy importantes y razonables que nos parezcan, no pueden ocultarse en el laboratorio de la soledad porque ésta no es campo para la siembra. Para interactuar hay que viajar, desde el origen de los pensamientos hasta escuchar la voz de nuestro interlocutor. Y en el encuentro saber que estás dentro de una noria que, a cada vuelta, puede traer una sensación distinta.
Queremos (y parece que debemos) superar todas las limitaciones para que con cada acto comunicativo nos podamos entender. Pero resulta que cada vez que nos encontramos lo hacemos con una experiencia más, y desde un ángulo diferente. Ese ángulo puede incidir tanto en los malentendidos como en los sobreentendidos, y transformar por completo lo que parecía un buen inicio.
Sin colaboración el monólogo será la receta y un excesivo desembolso. Entre nosotros está el proceso abierto y tendremos que saber de dónde partimos… y hacia dónde vamos.
Pero aun sabiendo el camino resulta imposible saber dónde está el punto exacto de la cooperación. Es decir, no podemos determinar dónde se esconde ese lugar desde donde podríamos decir que todo va a fluir. Porque la réplica puede contener un inesperado gesto, o una palabra “inadecuada”, y puede alterar de nuevo el rumbo que nos propusimos seguir.
Si la comunicación puede caracterizarse por algo es porque resulta impredecible y, por tanto, deberíamos dejar de luchar por su causa, y tan solo permitir que suceda… o no.