Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
Me tumbo y no sé dónde están las piedras, dónde mi cuerpo y dónde se esconden el cielo y el mar. Por un momento las líneas me pierden, y la sensación de eliminar los límites me alivia, ayudándome a olvidar y soñar.