Master Chef o la doctrina de la jerarquización de la sociedad.
Cuanto más cerca estaban del final, más ha sido el empeño de los productores por presentarnos su guión perfecto: la supuesta sublimación del paladar al servicio de los elegidos habitantes de una Ibiza exclusiva.
El decorado no podía ser más irreverente y, como no podía ser de otra forma, rindiendo culto a un país clasista, donde prevalece aún ese deseo de sobreponerse a la estupidez humana conjugando la vivencia en un hotel de cinco estrellas que ofrece en su restaurante el menú más caro del mundo. (SubliMotion, Hard Rock Hotel Ibiza)
En la pirámide de la distribución del trabajo y el ocio, quien más ha de sacrificarse para ver resuelto su sueño ha de ser el típico ciudadano venido de abajo, para hincar las rodillas y ofrecer su sudor a los ilustres capitalistas, quienes se creen en la potestad de poder diseccionar al resto de ciudadanos del mismo modo que lo hacen degustando un plato cualquiera.
Este dibujo no es casual, sino un pormenorizado trabajo para seguir perfilando un constructo social y político que es fiel reflejo de la ética del poder. Es tan elaborado el diseño que todo termina con una especial recompensa para aquél que ha sabido sufrir y trabajar, y para que la noria siga imparable haciéndonos creer que quien dobla la espalda consigue su premio.
Pero eso sí, pudiendo escuchar de fondo los eructos de la clase acomodada, que es quien come bocado a bocado todo el menú para ellos elaborado.
(Fin de cómo preparar un guión para hacernos creer que vemos un programa de cocina)