Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
Después de cargar el camión de tomates espera que el jefe venga de tomar su té, y duerme la siesta del trabajo, del cansancio acumulado a temprana edad marchitando sus sueños.