Un dominio propio

Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.

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La facilidad de la oratoria

Los políticos, los que nos gobiernan, los que toman decisiones, los que aparecen en las grandes pantallas y nos consumen con sus ofertas, los que se sientan en los parlamentos, los que piden su puñado de votos, los que se enojan y parecen luchar por unos objetivos, los que se posicionan por los sueños de la ciudadanía y, sobre todo, los que cobran por el trabajo desempeñado, son una caricaturesca obra de algún artista venido a menos. 

No se trata de exponer las mil y una arbitrariedades que han cometido a lo largo de la historia para mostrar con objetividad el carácter científico de esta hipótesis. (Basta con recordar lo sucedido en el estado español durante los últimos años).

No es inoportuno dirigirse a los simpatizantes de todas las corrientes para hacerles ver que apenas hay diferencias “técnicas” entre todos ellos. Y no cabe duda de que estudiando su comportamiento, tendríamos infinidad de argumentos para desmontar los discursos que han ido elaborando (y después “corrigiendo”) sin que importen lo más mínimo ni la coherencia, ni la sinceridad ni tan siquiera las pequeñas promesas.

En ese espacio de tiempo hay una serie de elementos que simbolizan a la perfección en qué consisten o bien la aparición o bien el resurgimiento de algunos movimientos que se han materializado en lo que podríamos llamar sueños líquidos. 

Es igual que dichos sueños se impulsaran para conseguir la destrucción de la casta, la aniquilación de las élites, la reestructuración e impago de la deuda, la renta básica universal, el derecho de autodeterminación, el fin de la transición o el principio de la emancipación. La tesis de Zygmunt Bauman clarifica con enorme precisión lo que estamos viviendo. Veamos… 

Una de las marcadas características de la sociedad capitalista es ese individualismo que delimita nuestras relaciones y las convierte en precarias y especialmente vaporosas. Vivimos a merced del cambio y de esa sensación constante de que todo es transitorio. Todo fluye corriente abajo pero expuesto a una flexibilización que lo único que proporciona es una obstinada contradicción. Casi nada perdura lo suficiente como para que pueda cuajar y lo que vivimos es una especie de persistente transformación.

En una frase, cabría decir que estamos sometidos al vasallaje de la caducidad y expuestos a la “corriente filosófica”  llamada seducción y de la que tan adeptos son los representantes políticos.

De ese modo, ¿dónde puede alguien buscar los pilares adecuados sobre los que se asienten sus convicciones?.

En tu respuesta encontrarás la banalidad de la mayoría de los discursos, que terminan por disolverse entre tus pensamientos sin apenas haber tenido la opción de asimilarlos.

 

Photo by Joséluis Vázquez Domènech

Photo by Joséluis Vázquez Domènech

 Colaboración para Iniciativa Debate

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