(O UNA MIRADA DESDE LA NUCA HASTA LOS PIES ).
Hacia 1550, el Concilio de Trento impone el celibato de los curas y afirma solemnemente que la virginidad es un estado preferible al matrimonio. Llega hasta poner orden en el exceso de los pintores y escultores, y el papa Pablo IV hace cubrir a los personajes de “El juicio final” de Miguel Ángel que adornan la capilla Sixtina.
Un paseo por el diccionario nos puede ayudar a clarificar rumores que se extienden como la pólvora. Virgen: adj. Se dice de la persona, especialmente la mujer, que no ha tenido relaciones sexuales. // Que está en su estado original, que no ha recibido ningún tratamiento artificial o que todavía no ha sido utilizado. Virginal: adj. Puro, limpio, inmaculado. Virgo: m. Himen.
Y de esta forma tan sencilla, como quien ha establecido una fórmula matemática, la unión de estas tres acepciones ha contribuido a que en nuestras relaciones humanas la virginidad haya desfilado por la imaginación de numerosas personas casi como una verdadera obsesión. Y, como ha ocurrido en la mayoría de las ocasiones, recayendo sobre el mundo de la mujer la miseria que lleva consigo su desconcertante puesta en escena.
Un criterio y una pauta histórica se han considerado a lo largo del tiempo en la mayoría de las culturas, colaborando y amparando una conducta sexual en la que lo importante era que la mujer arribara virgen al matrimonio, y en el que el hombre bien podría llegar como quisiera, tanto es así, que se eliminaba toda trascendencia al hecho o estado virginal de él. Y aún más, si éste disfrutaba antes de experiencias sexuales (aunque uno se pregunta a veces para qué dicha experiencia y tanto empeño baldío) su ego se veía florecer, paseando por la avenida su porte viril reconocible en su mirada carnavalesca.
Pero lo más susceptible es la incorporación de un sentido instrumental (incluso de dominio), de una ética sexual de bricolaje con taladro que apenas si deja un resquicio para poder determinar, experimentar o imaginar que la virginidad no sólo bebe de la ruptura de una membrana insignificante. Una mirada desde la nuca hasta los pies, transgrediendo el modelo del coito, una mirada que se detiene a dos milímetros, son suficientes para desbloquear aquél estado nuestro de originalidad. Son suficientes para comprender que el intenso brillo de unos ojos que posan en los nuestros representa con mayor exactitud una sensación de interferencia en el curso de nuestras sensaciones.
Una interferencia que dormitará en nosotros recordándonos que un extraño acontecimiento ha tenido lugar, dejando una huella de trazado singular, no ya en los cuerpos rígidos de incertidumbre, sino en ese libro de las emociones que todos poseemos, y que cuando leemos en sus páginas, tan sencillo puede resultar descifrar.
Porque uno puede perder la virginidad como quiera, e incluso me atrevería a decir que uno puede perderla incluso caminando por la calle, escuchando el silbido del viento, mientras una lluvia fina dibuja un nuevo retrato en el rostro, y en el cuerpo, desde la nuca hasta los pies.

Photo by joséluis vázquez domènech
20 febrero, 2017 en 7:31 PM
He saboreado la nota como si degustase de un postre con esencia de medicina. Gracias.
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1 marzo, 2017 en 9:57 AM
A ti Enrique!
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