CARTA ABIERTA ESCRITA HOY HACE SEIS AÑOS
2o de octubre de 2011. Llevaba tiempo esperando esta fecha. El día después; para poder dirigirme a quienes deseen construir este futuro incierto, con la certeza de que atrás quedó el incandescente estallido de la violencia.
Pero quiero dirigirme especialmente a las víctimas, a todas aquellas personas que han sufrido por una u otra causa, los azotes y las consecuencias de estos inacabables años, donde tantas y tantas personas han sentido en su interior el embate de la bárbara acción de los hombres.
Solucionar la muerte es lamentablemente un sueño imposible. Desprenderse del terror, de la tortura, del miedo, y de imágenes que han quedado grabadas con sangre y fuego, es también una misión de extrema dificultad. Y querer comprender cada uno de los acontecimientos que han llevado a que una persona sufra, una labor inabarcable, porque inabarcable es la miseria donde podemos llegar a descender.
Atrás, vientos que parecían imperceptibles para algunos, dejaron tras de sí paisajes desolados dibujados por huracanes escondidos. Y donde el mar debía de traer el sonido de las olas, a veces arrastraba el quejido impotente ante la muerte. Adelante, la mirada perdida ante la impotencia de tanto destino mutilado.
Pero adelante, también, queda el futuro. Caminar sin tropezar de nuevo, poder girar en el camino sin que lo recorrido hasta ahora sea quien determine cada paso. Descansar sin fortalecer la rabia, a pesar de lo sucedido, y proseguir procurando observar solo el destello. La confrontación y la imposición no pueden mitigar ninguna llaga, ni podrán nunca resolver cuestión alguna.

Photo by joséluis vázquez domènech
No se constata ningún triunfo por el olvido, la retirada, o el silencio. El verdadero valor está en la conciencia de lo ocurrido, y superarlo dejando de lado el odio. Toda búsqueda hacia la comprensión y la solidaridad no necesita de ese sentimiento, porque ni la venganza ni revancha alguna pueden solventar nada de lo sucedido y, lo que es peor, no pueden participar de nada nuevo que ilumine el camino.
El odio, lo encauzamos generalmente a través de un rostro, de un enemigo que nos arrebató una vida, o sesgó un sueño. Pero en la vida, nos sumergimos en todos los rincones de la sociedad, en los amplios espacios de la existencia, acompañados de infinidad de personas, y de múltiples usos y razones. Nos diluimos en los demás, y ahí radica el pequeño triunfo.
Cultivar el rencor es seguir rodeado de fantasmas. Es enquistar la irreconocible razón del sufrimiento y postergarlo. Anteponer la razón al odio abre la vía del comienzo de una nueva etapa. Razonemos juntos, para buscar otros instrumentos, y diseñemos el respaldo de la justicia necesaria. Cuanto mayor cobertura demos a esa búsqueda, menos dolor se sufrirá a través de los sentimientos irreconciliables. Es imposible que la víctima pueda olvidar, pero es posible que su indefensión quede a refugio de una sociedad que no respalde la injusticia, de una sociedad que contemple la posibilidad de abrazar el dolor de todas y cada una de las calamidades cometidas.
El horror no necesita ningún espejo para reflejarnos en él; necesita buscar urgentemente al hombre que hemos de llevar todos dentro.