Un dominio propio

Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.


Deja un comentario

Cerrajeros del poder

La necesaria autocrítica de los economistas mediáticos

Tenemos dos variables que nos pueden mostrar cuan precaria puede ser la actividad del economista, y cuantas limitaciones puede tener para hacernos llegar unos diagnósticos fiables o, cuando menos, objetivos.

Siendo la teoría económica una de las fuerzas que más se imponen a la hora de promover o no la aplicación de determinadas políticas, se hace del todo necesario ver la relación existente entre la actividad política y dicha ciencia.

Y conociendo cómo se estructuran los partidos, y cómo definen sus estrategias para alcanzar los votos y, después, el poder, no queda sino confirmar que la mayoría de las veces (1) la economía está al servicio de sus discursos para persuadir, seducir, o cuando haga falta, engañar o crear alarma social.

Del mismo modo que la Sociología, es utilizada comúnmente para alumbrar el camino que ha de tomar un lider, un grupo de presión, o una corporación. Y de igual manera también, vuelca todo su arsenal estadístico (prefijado) para inundarnos de datos que han de confirmar o desmentir aquello que se persigue.

La Economía selecciona cada temporada un modisto que diseña el modelo social a implantar, pero eso sí, reafirmándose siempre a través de una ideología. Pero a diferencia del mundo de las pasarelas, la próxima primavera seguirá con los mismos “patrones”, y el color que se seguirá llevando será el azul ultramar.

Lamentablemente interactuamos en medio de un sistema que con absoluto rigor y sin que le tiemble el pulso prosigue en el afianzamiento de sus propósitos, y muy al contrario de lo que vienen aseverando muchos no está en crisis, sino en un nuevo desbloqueo de su mecanismo interno, purgando aquellos elementos que considera inadecuados.

Y dado el gran déficit de confianza en el que está sumido dicho rigor, necesita ser constantemente explicado. (Se recomienda observar y analizar las constantes alusiones que hacen para que tengan que explicar lo que supuestamente los ciudadanos no supimos entender).

Las cosas así, observamos que la absoluta dependencia financiera y econónica de nuestra sociedad ha creado un modelo político cuya preocupación máxima es cómo engañar sin ser vistos, o lo que viene a ser lo mismo, cómo imponer políticas económicas para favorecer solo a unos pocos.

Y éste rostro de la Economía nos mostrará (día si y día también) su lado más permeable, aquél que le servirá una y otra vez para respaldar proyectos determinados, y no para promover teorías sociales que nos beneficien en general.

Los economistas que atesoran sus impresiones en los debates y las rubrican en las imprentas, al igual que los periodistas, son dos de los gremios que más necesitados están de reinventarse y de interrogarse sobre su profesión, su ética, y su singular presencia en nuestra sociedad.

El mundo de la economía está caracterizado por frecuentes fallas, y la lista de errores es tan alta que cabría preguntarse por qué se sigue permitiendo su presencia con resultados tan pobres y de consecuencias tan graves.

Picture, Elly Strik - Photo by Joséluis Vázquez Doménech

Picture, Elly Strik – Photo by Joséluis Vázquez Doménech

La Economía sería una ciencia meramente descriptiva e histórica, si no fuera por su posibilidad de influir sobre la actividad económica (con el supuesto objetivo de cambiar sucesos que consideramos desfavorables). Pero su perfil televisivo se ha empeñado en ser (2) una ciencia predictiva que muestra una y otra vez el desfalco y el suspense al que nos somete.

¿Es lógico que los mismos economistas nos muestren la incapacidad de poder acertar con sus designios y sus análisis, y reincidan una y otra vez en hacérnoslos llegar?

¿No sería mejor que dedicaran su saber y sus esfuerzos en buscar las verdaderas herramientas para lograr la paz social y la justicia, y no encaminarse una y otra vez al precipicio de un nuevo error?

¿Qué esconde detrás una actividad que reproduce el error, es consciente de ello, y no altera su discurso ni su quehacer? ¿Qué se oculta tras esa “necesidad” de envolvernos en cifras, sabiendo que las valoraciones a futuro no tienen ningún certificado de garantía?

Es como seguir insistiendo en realizar un crucero sabiendo que va a haber un naufragio.

Tiene que haber un fundamento, no ya técnico, que explique que su labor y su puesta en escena se vean como absolutamente apremiantes.

No sería muy aventurado pensar que siendo el capitalismo un sistema necesitado de un discurso capaz de respaldarlo (una y otra vez), una buena parte de los miembros de dicha ciencia juegue ese papel, tiñendo de bruma constante todo aquello que considera es mejor no ver…

La hermética relación que mantiene con los políticos (y no tan políticos) responde muchos de esos interrogantes, y una desvinculación de ellos nos resulta urgente y necesaria. El éxito de una ciencia no está en su capacidad de abrirnos los ojos a nuevas teorías o nuevos milagros, sino en su capacidad para resolver los problemas que nos acompañan.

Para convivir con los pronósticos ya tenemos bastante con la meteorología.

Creo que éste tipo de economistas necesita una autocrítica severa y abrir un nuevo espacio de discusión para así propiciar el verdadero objetivo, que no ha de ser otro sino el bien común.

Colaboración para Iniciativa Debate


1 comentario

La importancia del autorretrato

O la necesidad de construir un espacio propio

Desde las ciencias sociales y de la información nos van llegando con asiduidad pequeñas indagaciones que tienen una importancia igual a cero y, que además, esconden una realidad que está pidiendo a gritos ser desvestida de todas sus galas. Dan por hecho que allí donde las redes sociales proclaman un nuevo acontecimiento es donde ha de estar la noticia, pero lo que consiguen es respaldar la liquidación de toda reflexión crítica y aupar a los altares a esos avezados pupilos capaces de dictar las más absurdas sentencias con ciento cuarenta caracteres.

Desde los aclamados territorios de la investigación y con la ayuda incansable de los fabricantes de  nuevas tecnologías han tenido a bien contentar nuestro indisciplinado fervor por la novedad, y de ese modo nos ofrecen miles de aplicaciones que van llenándonos de deshechos y vaciándonos de contenido.

Siendo el objetivo entretener al consumidor podemos observar cómo confluyen en él ambas manifestaciones, y cómo consiguen con facilidad que éste se sienta protagonista de su propia historia. El selfie es el paradigma perfecto de este tiempo y el que mejor revela el proceso en el que estamos encauzados. Deja constancia abiertamente de la trascendencia de un yo elaborado sin discurso alguno, y la dificultad de los sujetos por liberarse de la cadena que están construyendo.

Y es aquí donde deberían de arreciar infinidad de análisis y de consideraciones respecto a nuestra relación con las nuevas tecnologías, el uso que hacemos de ellas, y el desuso que hacemos de nuestras vidas.

¿En qué consisten los nuevos entretenimientos?

Hace ya tiempo que están emergiendo identidades que rebasaron el umbral del individualismo. Estamos embarcados en una nueva ola conductual donde las normas vienen dictadas antes de universalizar el libro de instrucciones. La atomización resultante es un delirio de personajes que más allá de aislarse en sus propias redes, y más allá de congratularse con su constante presencia erótico-festiva, lo que termina por financiar es la destrucción del sujeto como actor social, y lo único que consigue es la atracción de “otro como yo” incapaz de detenerse a pensar y clarificar en qué consiste tanta y tan aclamada diversión.

En las grandes ciudades y en las pequeñas urbes, en la capital y en la periferia, un nuevo espécimen moderno se ha arrojado a los pies del sistema con una facilidad que asombra, y su deseo de compartir la experiencia encuentra en el selfie el ventilador necesario para expandir su sonrisa más allá de su preocupante situación laboral, sentimental, o psicoanalítica. El objetivo no es otro que mostrarse ante los demás como lo hace todo el mundo, es decir, sin detenerse a pensar que igual estaría bien encuadrar la imagen en una realidad significante, y no en los parámetros de los que ya se encargará Instagram de formalizar debidamente.

Este tipo de fotografía es fiel reflejo de los procesos de cambio. El individuo ha pasado al plurindividualismo. Aquella capacidad de tomar decisiones, de aislarse en burbujas recolectoras de su propia vida, de subrayar las vivencias del yo desde personalidades libres y autocomplacientes, e incluso de reivindicar espacios íntimos que construir desde los márgenes, ha dejado paso en breve espacio de tiempo a la masificación de unidades contemplativas que vienen a hacer, en la mayoría de los casos, lo mismo.

Dibujamos una ciudadanía que se organiza en torno a unos criterios de consumo, y donde la capacidad de rebeldía se desata en los días de lluvia de algún concierto “memorable”. Una pluralidad de individuos a los que les cuesta detenerse a reflexionar, a mirar otros mundos más allá de ese círculo donde el instante vale más que cualquier razón que le llevara a él.

Pero esta secuencia se extiende a casi todas las capas de la población, con la diferencia de que algunas tienen un poder adquisitivo y otras no. Lo importante es estar, aparecer en el momento oportuno, no tanto para que todos sepan que estuvimos allí (y que hay una huella imborrable que lo testifica) sino para que uno mismo sienta que participa, y que camina al lado del mundo, incluso en las largas noches de invierno.

Seguimos en la lucha por el reconocimiento. Eso es invariable. Lo que cambian son las formas. García-Alix dice que una foto de nosotros mismos es el disfraz que mejor luce. Y precisamente ese movimiento rápido, en cualquier parte, a cualquier hora, que termina guardado en un móvil y expuesto en el escaparte de la red social sigue buscando un pequeño hueco, al que se le puede atribuir un poco de vida… y esperanza, pero lo que encuentra es una realidad aparente sustituida por la grandilocuencia del momento.

AUTORRETRATO II

Photo by Joséluis Vázquez Doménech

El espejo, el papel impreso o una pantalla son un soporte adecuado para vernos. El primero impone, el segundo se marchita y la última eclosiona en un momento, buscando al siguiente instante un nuevo emplazamiento. El selfie es otro entretenimiento, donde no hay desgarro, ni intención manifiesta de representar ningún mundo interior (ni exterior), tan solo un instante dulcificado por un gesto que además muestra ese signo erróneo de la falsificación del momento. No procura la reflexión, y por ello mismo nos distancia de una narración solvente.

Esta inmersión que sin darnos cuenta hemos hecho en el universo de la inmediatez ha traído consigo muchas secuencias que se traducen muy bien en todo lo que venimos reflejando. Pero también viene a señalarnos la necesidad que tenemos de detenernos a meditar, de mostrar esa solvencia particular para mirar de frente al mundo y posicionarnos ante él, para dejar la impronta de nuestras luces y nuestras sombras.

El autorretrato te obliga a mirar, a construir, a diseccionar. Es un proyecto que transita hacia lo que van a ver los demás, y en el que te posicionas para querer transmitir; una imagen, una sensación, o tan solo una referencia. No vale con mostrarte. No es una rutina individual para que se convierta en espectáculo social. Puede, y debe muchas veces, ser una zona gris, para escapar de cualquier tendencia, y seguir reivindicando ese espacio propio por el que debemos luchar.

Publicado en Iniciativa Debate y en Ssociólogos.com