Un dominio propio

Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.


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Luis Espinal Camps

ContraCorriente (buscando nuevas miradas)

La hoz y el martillo de la discordia

Hay gestos que van mucho más allá de la anécdota. La prensa normalmente los liquida con una soberbia propia de los incultos y barriobajeros periodistas arrodillados ante la desinformación. La imagen de Evo Morales regalándole una cruz al Papa ha dado la vuelta al mundo. No así en cambio la historia de quién talló esa cruz en nombre de la revolución y el cambio. 

El presidente de Bolivia no ha dado puntadas sin hilo cuando lo ha considerado necesario en sus encuentros con diferentes líderes mundiales. Se presentó sin complejos frente a Juan Carlos I vestido con una chomba a rayas que fue el hazmerreir de la prensa oficial (rosa). Le regaló un charango forrado con hojas de Coca a Condolezza Rice. Y lo propio hizo con Álvaro Uribe ofreciéndole un retrato de Bolívar realizado con collage de esas mismas hojas. Y ahora, le ha dado a Francisco I una cruz en memoria de Lucho Espinal.

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Lucho Espinal fue un jesuita, poeta, periodista y cineasta acribillado a balazos por contar muchas verdades. Muchas de ellas las recopiló en sus «Oraciones a quemarropa», donde entre otras cosas, afina la puntería contra el noticiero del poder: 

«El periodista, ante todo ha de ser los ojos y los oídos del pueblo. Él investiga y comunica al pueblo las informaciones que éste necesita para la vida democrática, para ser soberano; ya que en una democracia real se gobierna en nombre del pueblo, para el pueblo, y lógicamente ante los ojos del pueblo». 

“El periodismo oficial es un periodismo para el consumo; por esto su base es el sensacionalismo; los hechos más llamativos y vistosos; la historia se concibe solamente como narración y espectáculo. Por el contrario, un periodismo popular y progresista va de cara al cambio; y lo que busca es lo más importante, lo más significativo (aunque no sea vistoso) dentro de la dinámica de la historia que se está haciendo. Aclarar la actualidad histórica es indispensable para una ubicación correcta dentro de la acción histórica y política”

Lucho Espinal fue secuestrado, y el 24 de marzo de 1980, asesinado. No quiero hacer una épica biografía de la lucha de este hombre. Pero si quiero dejar constancia de lo que apareció en su escritorio después de su muerte. Se titula «No queremos mártires”.

“El país no necesita mártires, sino constructores. No queremos mártires, así se queden vacías las horas cívicas. El mártir es un personaje vistoso, demasiado emotivo; es el último refugio para los ‘héroes’ revolucionarios, sobre todo si proceden de la pequeña burguesía. El mártir es demasiado vistoso, y los personajes vistosos no sirven para el socialismo; piensan demasiado en sí mismos. El mártir es el último aventurero; en otro siglo, pudo haber sido una pirata o un negrero. El mártir es un individualista, equivocado de lado. El mártir es un masoquista; si no puede vencer en el triunfo, procura sobresalir en la derrota. Por esto, le gusta ser incomprendido y perseguido. Necesita al torturador; e inconscientemente lo crea. ¿El mártir no será un flojo? No tiene la constancia para vivir revolucionariamente; por esto quiere morir, en espera de convertirse en personaje de vitrina. Porque el mártir tiene algo de figurón y de torero. El grupo político desplazado tiende a la mística del martirio; procura sublimar la derrota.

En cambio, el pueblo no tiene vocación de mártir. Cuando el pueblo cae en el combate, lo hace sencillamente, cae sin poses, no espera convertirse en estatua. Por ello, necesitamos videntes, políticos, técnicos, obreros de la revolución; pero no mártires. No hay que dar la vida muriendo, sino trabajando. Fuera los slogans que dan culto a la muerte. Alguien dijo: ‘El peso lo llevan los bueyes, y no las águilas’.

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Para la revolución social desconfiamos del entusiasmo adolescente. Los mártires son adolescentes. Y hay adolescentes de 50 años de edad. La revolución es algo demasiado serio para tomársela a la ligera. La revolución es violenta: es una operación quirúrgica social; por esto no hay que entusiasmarse con el bisturí. Dicen que la revolución es laica; pero si nos descuidamos podemos caer en todos los mitos idolátricos de culto a la personalidad, al esfuerzo, al melodrama… Pero, revolución y melodrama no combinan. Porque la revolución necesita hombres lúcidos y conscientes; realistas, pero con ideal. Y si un día les toca dar la vida, lo harán con la sencillez de quien cumple una tarea más, y sin gestos melodramáticos”.


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Emile Griffith

ContraCorriente (buscando nuevas miradas).

Una reflexión sobrecogedora

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«Sigo preguntándome lo extraño que es todo esto. Mato a un hombre y la mayoría lo entiende y me perdona. Sin embargo, amo a un hombre y esa misma gente lo considera un pecado imperdonable. Aunque nunca fui a la cárcel, he estado en prisión casi toda mi vida»

El 24 de marzo de 1962 en el Madison Square Garden, se celebró un controvertido combate entre Emile Griffith y Benny Paret. Éste último, diez días después de quedar KO, perdió la vida. 

La prensa del momento señaló el «excesivo» castigo recibido. Por ejemplo, Sports Illustrated informó en un reportaje del 18 de abril de 2005 que el motivo de la violenta reacción de Griffith fue la rabia que le produjo un insulto homófobo que Paret le dijo durante el pesaje antes del combate. Paret llamó a Griffith «maricón» en español. El mismo artículo señalaba que habría sido un suicidio profesional para un deportista o cualquier otra celebridad durante la década de 1960 admitir que era gay.

En 1971, dos meses después de haberse conocido, Griffith se casó con Mercedes (Sadie) Donastrog, que era miembro de un conjunto de baile, Prince Rupert and the Slave Girls at the time. Y Griffith adoptó a la hija de Donastorg.

Emile tuvo que seguir respondiendo a la ingrata sociedad que no permite que cada cual podamos vivir la vida como deseamos. En 2005 declaró que le gustaban por igual hombres y mujeres y que, por tanto, amaba igual a hombres y mujeres, y que no sabía qué era.

Muchos aficionados al boxeo creían que nunca volvió a ser el mismo boxeador tras la muerte de Paret. Desde el combate con Paret hasta su jubilación en 1977, Griffith peleó en 80  combates, pero sólo anotó doce KO. Más tarde admitió que era más precavido en los golpes que propinaba a sus oponentes y confiaba más en su habilidad técnica, porque estaba aterrorizado de volver a matar a otra persona en el ring.

Su mejor golpe fue, sin duda, esa reflexión que he puesto al principio, unas palabras que dicen mucho de las calamidades que atesora esta sociedad.