Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe
Es del todo gratificante comprobar cómo se celebró en España el cambio de sistema de una dictadura a una parafernalia que aún no ha terminado, y poder observar que los mismos que se llenaron la boca de agua por algo tan deprimente (solo posible con la muerte de Franco) celebran ahora la victoria popular burguesa para derrocar al gobierno chavista, ese malvado régimen que se deja vencer en las elecciones y no con las armas, como hubiera correspondido a tanta patraña que llaman periodismo.
Es gratificante saberlo porque estamos a las puertas de cerrar uno de los últimos capítulos de las luchas anti capitalistas, y ahora habremos de mirar a nuestro entorno y comprobar cómo estamos inmersos en medio de la catarsis global de la humillación a la que nos someten los medios, con la nula esperanza de poder derrocar la necedad humana y con la seguridad de que América es ya territorio conquistado.
El Imperio sonríe y millones de personas se entusiasman sin advertir que Estados Unidos tiene la capacidad de tumbar cualquier gobierno inyectando millones allí donde sabe eclosionarán sus flores. Le vale con estrangular al enemigo al precio que sea, y le sobra bombardeando el mundo con sus informativos mercenarios.
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Las «democracias» que así surgen son un reajuste continuo de los modos de implantar el capitalismo, y solo cuando éste tiene el éxito asegurado ellos pueden llegar a decir que la libertad ha triunfado.
Y así ha sido. Venezuela ha conseguido a través de la injerencia opresora quebrar un modelo social insumiso, y con miles de periodistas y televisiones esgrimiendo sus maldades ahora volverá a campar a sus anchas la inmaculada y democrática concepción del liberalismo.
Sí, es del todo gratificante, saber cómo se acaba con una «dictadura de terciopelo» a través de unos votos amamantados por el más vil de los colonialismos.
Que vivan nuestras democracias, servidoras de un nuevo modo de entender el esclavismo!
Estados Unidos está presente en todos los procesos que causan furor entre aquellas poblaciones que quieren vivir ajenas a las guerras y a las intervenciones militares.
Lanzada la bomba atómica en Hiroshima promueve siete décadas después un Acuerdo de Seguridad con Japón, «obligando» a este país a cambiar una legislación contraria al uso de las armas.
Es una constante que por su reiteración resulta hasta irrisoria. Este país es especialista en liderar alianzas, bloques o planes, tamizados con nombres que llaman a la búsqueda de la paz o el diálogo pero que siempre, siempre, esconden detrás el despliegue de su artillería, de su modelo comercial imperialista y su beligerante estrategia para seguir liderando el rumbo de un mundo que se resquebraja a trompicones.
El anecdotario (expuesto por Chomsky en una de sus tantas conferencias) de algunos de sus presidentes merecedores de los premios «Nobel de la paz» reflejan bien a las claras un diario de antecedentes penales difíciles de superar. Con respecto a la conquista de la mitad de México, Roosevelt explicaba que era inevitable, que era altamente deseable para el bien de la humanidad que los estadounidenses expulsaran a los mexicanos de su tierra, y que estaba fuera de consideración alguna esperar que los tejanos se sometieran al dominio de la raza más débil. Y por supuesto, robarles Panamá a los colombianos también fue un gran logro para el futuro de esa gran tierra que es América. Del mismo modo Woodrow Wilson «salvó» Haiti, asesinó a miles de personas y dejó el país destrozado y en ruinas. Lo propio hizo con la República Dominicana. Hasta tal punto es miserable el discurso de este gremio de políticos y pensadores que les adulan que el idealismo wilsoniano es visto como el principio guía de la política exterior de los Estados Unidos, un principio que no ha cesado y que sigue minando la paciencia y la vida de millones de personas. Jimmy Carter (reconocido por su infatigable trabajo por los «derechos humanos») apoyó el régimen del dictador Somoza e incluso creó y entrenó una milicia nacional que masacró a la población y dejó en la cuneta a 40.000 personas. La razón de dicha actuación fue una broma de muy mal gusto; expresaban que Estados Unidos no quería controlar Nicaragua y otras naciones de la región, pero que tampoco podían permitir que los sucesos escaparan de su control. Deseaban, como siempre, que dicha nación actuara independientemente, excepto cuando esa independencia afectara a los intereses de los Estados Unidos. La democracia es buena a los ojos de ésta administración si es coherente con los planes económicos y la estrategia de esta depravada unión de estados aniquiladores. Tal y como dijo Thomas Carothers, todos los presidentes estadounidenses son, por alguna curiosa razón, esquizofrénicos, una patología que ataca a la gente cuando entra a la Casa Blanca; apoyan sinceramente la democracia pero la hacen pedazos en cuanto ésta nada quiere saber de sus políticas. Obama aceptó el golpe militar que derrocó la democracia en Honduras, y se felicitó por las elecciones posteriores que tuvieron lugar bajo el nuevo régimen militar. Lo que no dijo fue que así conservaba la base militar dePalmarola, fundamental para sus planes dado que la mayoría de países latinoamericanos han ido expulsándoles por su extremado apego a la injerencia. Esclarecedoras son las palabras de Correa, presidente de Ecuador, cuando dijo que aceptaría bases militares en su tierra si Obama les permitía a ellos establecer otra base cerca de Miami. Negada la condición fue cerrada la base de Manta. Así las cosas el ilustre último presidente está militarizando ahora Colombia y Panamá, no vaya a ser que el auge independentista en el sur del continente le deje fuera del juego.
Desgraciadamente podríamos ampliar la hemeroteca hasta aburrir al más osado lector, pero llegados a este punto nos basta con decir que todas las bases militares tienen un único fin; permitir a este imperio la posibilidad de que la agresión y la intervención no cesen en todo el mundo. Eso si, en una denodada lucha contra el terror.
Ya no da rabia. Dan asco. Y debemos aprender a nombrarles sin tapujos, como merecen, reafirmando los criterios objetivos de colonización y mostrando todos sus movimientos como flagrantes acciones de maléfica intención. No debemos sonrojarnos por tratarlos como elementos conspiradores contra la paz mundial, y debemos olvidar todas las reticencias a ser tachados de marxistas, anarquistas, comunistas o funambulistas. Cualquier estudio histórico analizado sin lupa permite que afloren las heridas que muestra nuestro mundo, y da como resultado final una contundente afirmación: Estados Unidos promueve guerras, terrorismo, intervenciones, despotismo e imperialismo comercial y militar, instala acuartelamientos para operaciones secretas y no tan secretas, financia grupos de presión y represión, espía todo lo que se mueve, persiste en controlar todos los recursos naturales y artificiales, da alas al negocio de las armas, planifica golpes de estado, impulsa las grandes migraciones, da la espalda a los derechos humanos, le importa un bledo la muerte de millones de personas y, lo que es peor y más denigrante, dice hacerlo en nombre del progreso y de la paz mundial.
Estamos dejándonos llevar por una nueva etapa donde el academicismo más burgués y rancio está liderando (al igual que sucede con la mayoría de los medios de comunicación) propuestas y enfoques teóricos que se alejan completamente del respaldo a la justicia y a la libertad, haciéndonos creer que la caída del muro es un punto y aparte, reflejo del fracaso de cualquier tipo de socialismo o de comunismo que hayamos podido conocer. Y nada más lejos de la realidad, el socialismo está aún por llegar y urge una declaración universal que destrone la ideología imperante y todos sus armazones. Y urge reconstruir un camino que se dirija de verdad hacia políticas solidarias y soberanas. Porque soberanía es precisamente lo que nos han arrebatado, y autoafirmación aquello por lo que debemos luchar.
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Yankees, go home!
(El departamento de estado de Estados Unidos ha denegado el visado de entrada al periodista Manuel Martorellpor denunciar la tragedia del pueblo kurdo, y justifica esta acción diciéndole que ello es debido a sus actividades terroristas. Me uno a su causa y muestro desde aquí el más absoluto desprecio a estos impertinentes juegos diplomáticos)