Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
Desde instancias académicas, desde nuevas formulaciones para paliar el maltrecho mercado de trabajo, desde las ciudades tullidas, o desde emplazamientos diversos y distantes en el mundo (que buscan sobre todo emprender nuevas vivencias), hay una cada vez mayor confluencia en un aspecto humano. Nos necesitamos, y nuestra colaboración es el germen de la emancipación.
No es casual que las micro-cooperativas, las redes de economía alternativa o la expansión de centros sociales auto gestionados estén a la orden del día. Son la respuesta automática a la constatación de la pervivencia de ese enemigo común que mancilla nuestras vidas.
La recompensa que recibiríamos tras una lucha de emancipación sería admirable, como lo fue aquella vez que la mujer se irguió para mirar de frente al hombre que la oprimía. La meta es un estallido de tranquilidad a cada momento de lucha, sin que podamos ver liberación definitiva alguna, porque siempre habrá violencia.
No hay por qué pensar en alcanzar la desaparición de toda dominación. Basta con encender los dispositivos a nuestro alrededor. Pero hay que habilitar espacio en nuestro interior para dosificar el trabajo, y para poner en pulsión a la mayor parte de la población.
Unas prácticas cada verano con asignaturas como la importancia de la subversión o el anclaje de la revolución. Esperar el desmoronamiento de los medios de comunicación. Un ajuste de cuentas con algunos emperadores de las finanzas. El decaimiento del capitalismo por su propia fuerza interior. O la expulsión de nuestros pueblos del reconocido tirano de cada generación, no son viajes sustanciosos a ningún vergel, porque nunca se podrán dar, y mucho menos generalizar.
Hay otros modos de debatir o de decidir, pero cada vez queda más claro que ha de haber otros modos de actuar. Democratizar la acción y pluralizar el compromiso es de vital necesidad. Porque ya no se trata de una desconfianza hacia nuestras instituciones, se trata de un claro enfrentamiento con el poder.
Han pasado muchísimos años departiendo de nosotros; les encanta hablar en nombre de los demás, y es hora de poner nombre a nuestros propios actos y nuestros propios pensamientos.
No necesitamos que nadie nos represente, porque somos emergentes en nuestro propio avance, y la única mediación que necesitamos es la de quienes nos acompañan. La mayor fuerza es insistir en que nos están abatiendo, y que tras cientos de años de repetición del mismo cuento, es hora de escribir las bases para la nueva pervivencia.
La integración en el sistema, sea desde la ciudadanía o sea desde la participación política tradicional es un fraude, ni tan siquiera es un mal menor. Que no sepamos contrarrestar ésta democracia, o que no sepamos aún distanciarnos de éste estado no incrementa la duda ni desdice el sufrimiento que causa a tanta gente ésta horrible situación. Detenernos es un gran avance, para no tomar jamás el camino hacia ningún poder.
Es prácticamente nula la posibilidad de asumir un futuro liberador dando un salto a través de la vía electoral integrada en las gradas de la globalización. Asumir la práctica y las mismas formas de quien nos controla, siempre incidirá en la forma de ser y de pensar de quien se preste a ello, y no habrá puertas para tamaña empresa.
No sé qué hay más allá del Estado, pero intuyo que ningún intento por el poder nos puede traer espacio alguno de libertad. La única pretensión debe ser sabernos al lado, conscientes de nuestra disposición.
Las condiciones de vida han de ser revisadas por completo, para ir abandonando todos los espacios de in-decisión. Tenemos el deber de mirar justo al otro lado, y dejar inservibles las bases militares, los imperios y sus mercados internacionales. Lo pequeño es la mejor apuesta de gobernabilidad.
Nos violentarán a lo largo de todo el camino, como lo han venido haciendo a lo largo de toda la historia, y habrás de saber que en tu defensa nunca habrá violencia sino el derecho a la rebelión como único destino.
Nos violentarán con nuevos consumos, y degradarán cada posibilidad de observar con atención el cielo, pero observaremos todas y cada una de las calamidades para comprometernos con celo.
Las soluciones no vendrán de aquí, de éste Estado fatigado. Pero no esperes milagro alguno, porque probablemente te encontrarás contigo mismo, pero esta vez como individuo crítico dispuesto a interrogarte de nuevo.
¿Debemos detenernos a seguir pensando qué está sucediendo, o directamente estamos obligados a pasar a la acción?
Photo by Joséluis Vázquez Domènech
Yo mismo me pregunto sobre el papel que desarrolla quien es capaz de estar horas sentado sobre la mesa indagando sobre el futuro incierto que nos llega. Y resuelvo, cada vez con más urgencia, ir desprestigiando los modelos de pensamiento, acotar tanto experimento de inspiración intelectual y ceder paso a la convergencia de todos quienes sintamos la necesidad de derribar los muros y popularizar la felicidad.
Conducir una idea universal, por muy buena que nos parezca, ha de ser rechazable de antemano. Sería como inspirar una globalización del pensamiento opositor. Ni estamos todos en el mismo puerto de salida, ni querremos ir a idéntico jardín a descansar.
Mi propuesta emerge de la absoluta discordia con el mundo actual y del firme deseo de construir un poco de posibilidad. Sabiendo que para ello ha de haber una etapa de ruptura, de colapso, y de involución, entendiendo ésta como desapego con el proceso actual de desarrollo.
Una retirada a tiempo será menos maléfica que continuar constantemente en el intervalo de las crisis económicas, que a cada embestida arrinconan a millones de personas de la vida. Hemos de replegarnos, de ajustarnos el cinturón, y hemos de alejarnos por completo del horizonte de la globalización.
Si ante la invasión hay que estar descalzos frente a los tanques, reniego de dicha declaración. ¿Cuántos muertos han de haber cada día en el mundo para que comprendamos que no podemos esperar más? ¿Cuántas experiencias han de fracasar para que abramos los ojos a la realidad?
Una cosa es incitar a la violencia y otra manifestar el derecho a la defensa. Son dos cosas bien diferenciadas, y quien acredite ilegítimo protegerse, que vaya a Siria a pasear por sus calles pidiendo la paz, o que atraviese México de norte a sur y de este a oeste visitando los cárteles y sus cárceles, o vaya de vacaciones a bosques y selvas esperando que una excavadora le aplaste. Del mismo modo que todos tenemos derecho a comer una estúpida hamburguesa, también lo tenemos para vigilar nuestra casa, o lo que debería ser nuestro hogar.
Esto último ya es hasta un privilegio, porque ¿quién tiene una casa en propiedad? Mayormente quien apenas ha de defenderse de nada, porque ya está embarcado en la mediocridad.
No se asusten. Debemos. Nos debemos. Y con ello hay que aprender a mirar. Y no es lo mismo hacerlo desde la oficina que desde la selva de Lacandona, no es igual escribir una tesis sobre Colombia que vivir en Colombia refugiado en la clandestinidad. Nada es comparable a estar en la miseria, a morir de hambre, o a esperar la muerte por una bala indiscriminada. Nada puede ser solvente si no partimos desde esa base, desde la capacidad de reacción a esa cruda realidad que supera cualquier hecho anecdótico de nuestras vidas.
Hay que activar todos los protocolos porque nuestro mundo es un continuo estado de emergencia, en el que cada segundo parte una ambulancia medicalizada, a intentar reponer de un ataque a un pedacito de tierra que ha infartado.
Seguir especulando sobre dónde radica la fragilidad del Sistema y, peor aún, sobre quiénes son los causantes de tanta violencia exaspera. Si sabemos que el capitalismo no puede subsistir sin apropiarse también de los medios de producción de conciencia, no nos queda otra que cultivar la paciencia y dejar de consentir a éstos intermediarios como generadores de tanta guerra.
Si sabemos que un número reducido de grupos mediáticos controlan casi la totalidad de la información que circula por el mundo, estamos en la obligación de cuestionar estos medios masivos que sostienen y reproducen los intereses de empresarios y banqueros. Y si sabemos que su objetivo es seguir impulsando su tiranía, hemos de constatar el hecho, sin ambigüedades, sin declinar en cuestiones morales ni otras matizaciones.
La amenaza no trata sólo de un sometimiento al criterio unificado de la barbarie. Es ya un hecho real de muerte y generalización de la pobreza, es ya un compendio de vidas humanas amordazadas, esclavizadas, hambrientas y manipuladas.
Ya entendemos este mundo, no tienen que venir a monopolizar el relato acerca del mismo. Y en su intento, han de tenernos en frente.
Esta democracia no nos sirve, la violencia gratuita nunca ayuda, y el Estado es un peregrino que va de mano en mano. El único logro posible nos obliga a desentendernos de todo el proceso, ese que llamaron progreso. Y solo hemos de preguntarnos si tenemos la capacidad suficiente para darle la vuelta al mundo, y ponerlo patas arriba.
Lógicamente, somos nosotros quienes deberíamos ser protagonistas del cambio, y quienes habríamos de procurar que todo se redujese a cenizas para construir una nueva sociedad. Hacerlo desde lo establecido no parece tener mucho futuro. Es del todo aventurado pensar que lo que no hemos conseguido en dos mil años de historia lo podamos conseguir ahora que estamos maniatados por una serie de resortes perfectamente construidos.
Si apelase a la unión de la clase obrera, a la concienciación de la lucha, a la necesidad de adueñarnos de los recursos productivos, y a esa planificación desde el seno de los partidos políticos, creo que estaríamos repitiendo procesos de los cuales no podríamos salir airosos, dado que éstos mismos nos demuestran que no hay posibilidad alguna de alterar el rumbo desde dentro del sistema. Toda transformación se dio en los sindicatos, en las barricadas, en las calles, en las pieles dibujadas de heridas y sudor. No en las oficinas, donde se firman los trapicheos y los canjes, donde se da la espalda a la verdadera causa de los males.
Es reiterativa e ineludible, y nos golpea constantemente la necesidad del cambio, pero probablemente estamos alejados del objetivo porque no partimos con precisión rumbo a ese gran sueño. La razón es más sencilla de lo que pudiera parecer: no es posible el cambio dentro de éste sistema, porque en su génesis y en su puesta en escena lleva consigo el dolor y la desigualdad. No puede alterarse la órbita porque el núcleo sobre el que gravita es realmente pernicioso. Solo cabe destrozar el capitalismo y fundar una nueva táctica.
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¿Alguien se imagina que en el centro de operaciones de este ambulante mercado de la degradación, hablo de Estados Unidos, pueda surgir un partido que cumpla con los requisitos necesarios para solidarizarse con el oprimido y llevar su causa a la Casa Blanca? En condiciones normales, es decir, siguiendo las pautas que marca su ordenamiento jurídico, su sistema de partidos, y su operatividad institucional, no solo es imposible, es hasta inimaginable.
Claro que ante este planteamiento cabe decir que no todos los países siguen el mismo proceso, ni parten de una situación similar. Pero no hemos de llevarnos a engaño, creer que una Uruguay (sobrevalorada) puede ser el espejo de una futura transformación es rendirse a la ingenuidad más absoluta. Cabría tal probabilidad si México la dividiéramos en cien pedazos, y lo mismo hiciéramos con Brasil, Argentina y todas las demás naciones.
La gobernabilidad está cada vez más alejada de la ciudadanía, y ésta necesita como primera condición sentirse y estar cerca del poder de decisión, y tener las herramientas adecuadas para involucrarse en el proceso y asistir en comunidad siendo protagonistas de todo acontecimiento.
La globalización no es en ninguno de los sentidos catalizadora de desarrollo alguno para la mayoría de la población. Es una cadena enorme que tiene como principal objetivo crear sujetos consumidores desde Buenos Aires hasta Singapur. Es parte de la lógica capitalista, regida por unas leyes que sólo buscan el aumento de beneficio y que conlleva una serie de transformaciones con graves repercusiones para quienes quedan fuera del proceso de enriquecimiento. Lidiar contra ella es más necesario aún que expulsar a los ejércitos de nuestras fronteras.
Quienes nos dirigen nos cuentan que la capacidad de consumo es lo que nos hace modernos, la que alimenta nuestra felicidad, el objetivo de los países en vías de desarrollo. Pero esa premisa encierra las fisuras del pensamiento liberal, y tal y como manifiesta Eduardo Galeano, trae consigo el derecho al derroche, privilegio de unos pocos en nombre de la libertad de todos.
La que parece invisible violencia del mercado es la causa del hostigamiento continuo al que estamos sometidos. Es la dictadura que nos hace iguales en el ansia de compra, uniformizando hasta la última neurona pensante, y llevándonos sin remedio a ese laberinto cuya única puerta de salida corresponde con el inicio de la revuelta.
Desde altas instancias del Estado se llega a acuerdos con altas instancias del Fondo Monetario y el Banco Mundial, y entre ellos y otros más siembran las bases de las violencias más extendidas. América del Sur ya fue asfixiada con esa praxis delictiva, y en su lucha por salir airosa de la contienda sigue presionada, arrinconada, y vejada sin escrúpulos para no permitir que tome tan siquiera un poquito de aire. La actual situación no la resuelve democracia ninguna, entendida ésta como los regímenes que se han extendido de la mano de la globalización. Solo cabe la ruptura, el desapego, la huida a territorios alejados de la injusticia.
El mundo que habitamos es un mercado dirigido por la globalización, y la posibilidad de asentar la democracia o alejar la violencia es del todo improbable. La razón sigue viva cada día; las riendas las lleva un universo financiero resuelto a modificar aún más las reglas y dispuesto a hacer posible que una minoría prepotente se haga dueña de todo lo que nos rodea.
Las consecuencias de todo ello priorizan entre los sectores populares el ejercicio de cierta “violencia” dada la necesidad de luchar abrazando las causa justas, o empujados por el ánimo de transformar el statu quo. Y muchas veces incluso parece ser que desde el propio Estado se ajustan ciertos dispositivos para alentar a la práctica de dicha violencia, y así responder con motivos suficientes. Lo acontecido los últimos meses en Estados Unidos con esa indiscriminada ola de asesinatos de hombres negros por parte de la policía llama enormemente la atención, por la frivolidad con que se hace gala de ese “ejercicio de poder”, y también por las situaciones tan inverosímiles en las que se han dado.
La salida se presenta inevitable. El Estado, el Sistema de Partidos o la Democracia, son títeres del capitalismo que, en mayor medida, están perfectamente programados para repeler toda lucha de los movimientos sociales. Y si cada cierto tiempo necesitan ajustar sus parámetros para mantener la expansión del mercado, se acuerdan nuevos procesos y prosigue su solemne marcha.
Nos han destruido las economías de subsistencia y paralelamente han provocado una dependencia progresiva de los ingresos monetarios. Nos están expulsando del estado de bienestar, reconvirtiendo a cada trabajador en un sufrido individuo lleno de necesidades. Han privatizado los bosques, los mares y hasta las especies animales, estableciendo la agroindustria, la extracción de minerales o lo que podría resumirse como total apropiación.
Un nuevo colonialismo para un nuevo orden mundial. Y todo ello ha seguido una pauta, no ha surgido como repunte de ninguna improvisación. Hay una reorganización constante, donde se deja de invertir en mejora de vida para construir como ya algunos afirman, el planeta de las ciudades miseria.
Y lo peor de todo, han arrebatado las tierras a quienes más las necesitaban, para que se conviertan en focos de extracción, y no de consumo humano. Este es el golpe definitivo para impulsar la migración, y si hace falta una guerra se llama a sus puertas para que vengan los ángeles negros. Y si hace falta una incursión se crea cualquier condición para que se vea como necesaria.
Todo ello, repito, viene sucediéndose desde los inicios remotos del capitalismo, y su internacionalización más completa está repercutiendo aún más en un mundo desmantelado que, ésta vez además, viene a morder a destajo. Antes este proceso traía consigo catástrofes humanas lejos de las fronteras donde se vivía el desarrollo, pero ahora la desestructuración es global, de norte a sur y de este a oeste. Y todo indica que el empobrecimiento y el hambre se extenderán también en ese norte que se creía ajeno y a salvo de tanta cruzada. Estados Unidos ya es un claro ejemplo de ello, aunque Estados Unidos ya es un claro ejemplo de todo.
Por si las razones expuestas no suponen ya un duro golpe a nuestra conciencia, queda esa milagrosa financiación de la sumisión y el vasallaje a través de la deuda, y su efectivo golpe contra toda esperanza.
Se cierra mi evaluación porque tampoco necesito ensanchar la galería. No hacen falta más evidencias para sancionar tanto al Estado como a su Democracia.
¿Quién está detrás de la violencia estratégica de los Estados?
Nos dicen que el poder del Estado existe y se ejerce independientemente de quien lo haga en cada momento, y que destaca de la sociedad porque asume el monopolio de los intereses públicos con el fin de hacer prevalecer el bien común. Para darle una condición más noble nos hacen ver que se construye bajo el prisma de la soberanía, y si se añade que hay un derecho y una jurisdicción para evitar toda arbitrariedad, que entonces estamos ya ante la forma de administración política por excelencia.
Pero ya he hecho mención especial a uno de los principios que debo de acatar, y que viene a decir que es nuestra obligación distanciarnos de toda teoría que no termina de concretarse en vida.
Photo by Joséluis Vázquez Domènech
En el interior del propio Estado siempre ha habido gente con capacidad, sobre todo con contrastadas habilidades para garantizar su impunidad, algo que necesariamente se consigue con una férrea alianza con los dirigentes políticos y con los grupos de presión. Dicho control es el fundamento de las políticas modernas, y el camino para dirigirse hacia él, el objetivo claro de los nuevos actores.
Dado que en la sociedad actual lo que se valora es la libertad individual y el respeto a la propiedad privada, nos será muy fácil adivinar a quién se debe tanto apoyo y quién ofrece tan amplia cobertura.
Las reglas del juego político (porque siempre fue un juego que no debemos olvidar) se transformaron hace mucho tiempo, tanto, que probablemente deberíamos retrasarnos a los orígenes de las primeras corporaciones de prestamistas.
El temible juego de dejar en manos ajenas la circulación del dinero es probablemente la mayor de las calamidades protagonizadas por nuestros estados. Claro que con ello estamos obligados a afirmar que las violentas consecuencias que de ello se derivan representan el caso más delictivo hasta ahora conocido.
Discurriendo por este sendero no me queda más remedio que matizar que no se ha de coger una pistola y asesinar a alguien para así poder hablar de violencia. Basta con permitir que en la bolsa de Chicago se compren cantidades ingentes de productos de primera necesidad para que podamos percibir los nuevos ingenios con que se manejan.
El imperio de la ley, esa epidemia que se ha extendido con el aprecio de los grandes funcionarios públicos y de los insignes dirigentes de las organizaciones internacionales, está guardando bajo buen recaudo las más sofisticadas armas de destrucción masiva. Bajo un envoltorio democrático “incuestionable” infunde alas al crimen organizado y abraza la causa de las clases dominantes. En su regazo descansan mil y una clases de violencia y, peor aún, las fomenta.
La violencia del sistema cogió hace ya tiempo la mala costumbre de estar en todas partes. Diríase que se parece a Dios por ello, pero también porque desde sus entrañas emana toda maldición (y poca bendición) humana.
Su arrogancia es cuando menos curiosa. ¿Qué podría esperarse de quien se asienta sobre las estructuras legales para difundir su fanatismo con tanta solvencia? Nuestra actual cultura bebe, come y sueña con ella. Violencia a través de la televisión, de la estructura económica, de las guerras infinitas, de la liberalización de los servicios, de los terrorismos resucitados, de la publicidad descarnada, de las propagandas descubiertas, de las telenovelas románticas, de los trabajadores vigilados, o de los estudiantes privatizados. Violencia estratégica.
Su representación es un hecho. Una expresión descarnada que no vacila, entre otras cosas porque es escrupulosa con la ley, aunque del todo farisea con el pueblo.
Este tipo de violencia arrastra toda justicia por los matorrales, y obstaculiza a los sectores populares airearse o reflotar lejos de las garras punzantes. Es más, los obligan a convivir con ella, y a mirarse de frente arrojándose a las ciudades pensando que allí estarán presentes sus instrumentos de salvación. O los conminan a cruzar fronteras creyendo que más allá se librarán de la miseria. Una suerte de movilizaciones que están muy lejos de poder atender cualquier derecho humano.
Llega así la enemistad, a poblar de gentes las grandes urbes, los grandes estadios y las grandes migraciones. Y unos y otros luchando en espacios diferentes para delimitar la presencia del yo desarraigado y expulsado. Para defender la única parcela que queda, el aliento.
Luchando entre nosotros, mientras lo que parecía ya no es, y surcando hacia el letargo de la apatía.
La violencia como herramienta de control se ha sofisticado sobremanera. Y parece tarde para usurpar ese control a quien lo tiene. De poquito a poco los hombres de Estado fueron ofreciendo sus llaves a los vigilantes del dinero y se hicieron con todo, y lo que era una sociedad ahora es un mercado, y lo que era una huerta ahora es un autoservicio, y lo que era un rio es ahora una piscifactoría, y lo que era una nube es ahora un paquete de humo.
Ese trasvase en la toma de decisiones la hicieron y la siguen haciendo los representantes, que viven en los Estados pensando que son sus casas de veraneo. Y cada fin de semana reciben en sus oficinas a los futuros liquidadores, y cuando éstos se van reciben a los medios de información, para así diseñar y fabricar mejor el consentimiento de tanta explotación.
Y entre todos construyen los relatos más inverosímiles, las mentiras más obscenas, y las manipulaciones mejor construidas.
No existe mejor disciplina que la que viene ejecutándose desde hace tiempo. Los políticos, los gobiernos y los Estados ya no se deben a ningún ciudadano. Ahora son sólo despojos de una maquinaria repleta de francotiradores.
Hay que insistir hasta recuperarnos de un progreso contaminado. La violencia que con mayor rigor se está ejecutando en el mundo es ésta, la decisión del Estado de pasar a manos del dinero. El mayor caso de terrorismo de Estado, capaz de aniquilar miles de personas por segundo, y de dejar en la cuneta a la República, a la Democracia, y a la gran Utopía.
El problema de las migraciones es probablemente la consecuencia más terrible de la violencia ejercida por los propios Estados, el culmen a sus insidiosas políticas beligerantes e imperialistas. Es imposible proceder a respetar ningún mandato que nos obligue a aceptar tamaño chantaje, ni en nombre de ninguna democracia ni en favor de ninguna lucha. Y es irresponsable hacernos ver que existe el éxodo irregular, o el asilo político indebido. Todos los seres humanos tenemos derecho a vivir. Cuando el lugar de nacimiento es quien dicta sentencia, deberíamos de viajar allí donde se acabaron los sueños y comenzó la tragedia. Para comprender antes de hablar. Para ver con nuestros propios ojos de lo que trata, y sentir en nuestras carnes las consecuencias de tanta infamia.
Hemos hecho de la pobreza una actividad turística que viaja de noticiario en noticiario por todos los informativos del mundo, mientras seguimos respaldando en las urnas la legitimidad del Estado violento.