Poemario Disidente.
Arrastro divergente los cúmulos de las piedras que se vuelven musgo cuando el tiempo y la humedad gangrenan las heridas. El desgaste no es proporcional al conflicto de intereses con la vida, sino a la inversa. El sacrificio me remite a la intemperie, a la compasión mostrada cuando cruzas las calles y te tropiezas con todos los andares de domingos centelleantes que te observan y muestran con el índice y los ojos brotando de sus arcos que tus pasos adolecen del orgullo del homo erectus triunfante y vitalista. Soy un mendigo de tu mirada, proscrito en mi tierra, y que ha llegado desde el vértice y la eclosión de la raza humana, atemperado por la sequía del desierto y las olas del estrecho. Si de convivir se tratara no atravesaría las vías en las horas marchitas de tus noches, y a buen seguro desayunaría con ese olor de los hornos a buena marcha y del café rociando las primeras palabras. Arrastro hasta el alba la ocasión perdida del sueño enmohecido, y cubriendo mis espaldas de la inquina y el esperpento me topo con el primer barrendero que sale a oficiar y limpiar el derroche. Los primeros sonidos de la ciudad filtran mi soledad, y a dentelladas conspiran contra mi presencia, y he de abandonar todo lugar que tú ocupas. A duras y con penas descubro que mi rincón lo ocupa un nuevo habitante, y soy incapaz de mostrarle que soy dueño de propiedad alguna, y menos de ésta. Ambos somos refugiados, hipotecados de por vida hasta que alguna suerte postergue tanta civilización y barbarie.
Invisivilizados, solo nos quedan pocas y amontonadas palabras.