Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
Los habitantes del nuevo siglo son conscientes de que se derrama mucho sufrimiento por las grietas de sus muros, pero su disposición a solventar el problema no se fundamenta en la fragilidad de los vínculos, sino en la socialización de indignaciones continuas que casi nunca reparan en lo esencial.
Las estadounidenses tienen 16 veces más posibilidades de ser asesinadas con un arma que en cualquier otro país desarrollado.
Y otras miles de mujeres en el mundo tienen 61 veces más posibilidades de ser violadas, desheredadas, expulsadas de sus hogares, ejecutadas o quedarse sumidas en el caos, cuando Estados Unidos decide intervenir en sus países.
Creo que los habitantes de esa «estupenda» región, que dicen democrática y respetuosa con los derechos humanos, deberían replantearse muchas cosas. Pero sus activistas feministas deberían, además, universalizar la causa justa de todas las mujeres del mundo, y no sólo de las que han de vivir bajo el yugo del impresentable de Trump.
La lucha de la mujer en cualquier país es siempre la lucha de todas las mujeres.
Es decir, y quiero que quede claro para que no haya ninguna duda al respecto: es fácil arremeter contra un presidente cuando todos apuntan hacia él. Lo difícil es hacerlo cuando eres “demócrata” y presunta militante de papel couché. Si hubiera ganado Hilary Clinton, ¿se hubiera manifestado todo el país contra las guerras que provoca?. Ya vimos que no… En una guerra no solo se vulneran los derechos de las mujeres, se vulneran los de toda la población!
En España hay mucha gente que se jacta de haber sido antifranquista. Es delirante, jactarse de algo que todo el mundo debería ser. Y las cosas así, pronto saldrán millones de «revolucionarios» en todos los rincones del mundo, pensando que son la bomba porque un día decidieron también salir a criticar al muñeco de Donald Trump.
Serénense, que para que el mundo cambie no necesitamos indignadas o indignados que suban al tren, cuando la maquinista es la propaganda mediática y no nuestra capacidad de ver. Necesitamos gente ya sentada en sus vagones, con hambre de justicia y, a ser posible, que luche en nombre de todo hombre, y toda mujer.
El pasillo es inmenso, y queda mucho por recorrer.
La puerta de salida de la indignación no está en movilización alguna. No se trata de tomar las calles, sino del más elemental efecto de nuestros propios acontecimientos; ser consecuentes con uno mismo.