Un dominio propio

Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.


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Breves

Las Redes 

Yo y casi todas mis circunstancias no prevalecen sobre tu libertad de echarme a los pies del caballo. Pero habrás de recordar con palabras y señales la circunstancia que guardo como dos ases en mis mangas y me permite deslizarme por el mundo ajeno a tanta zozobra.

Puedes traducir a tus consideraciones e inercias esa palabra que precisamente te ayuda a desvalorar todo un texto anclado y trabajado con el fin primero de informar, y también puedes encender un petardo porque en este país hacer ruido sin interés alguno forma parte de la gran tradición y para ello sí se trabaja con esmero.

Colaborar en el diálogo y conversar no es, desde luego, el aroma que emana en las redes, y la inmediatez posibilita que ni se piense ni se considere que, tal vez, no haya razón alguna para acudir a donde el vecino a decirle que es un antisistema por salir a las calles con sandalias y calcetines vueltos a rayas.

Esa «necesidad» de enfrentamiento  también se viste innumerables veces con «planes de ayuda», y me pregunto, qué clase de droga suministran las nuevas tecnologías para que media humanidad se crea con el derecho de apropiarse del otro desde esa supuesta libertad que la mayor de las veces no es sino intromisión desmesurada.

Todos mis yos deambulan procurando habitar estos espacios con mesura, pero además hay uno que es buen amigo de mi última circunstancia y que decidió, hace tiempo, no vestirse de Prada, y escuchar música cuando el eco de tanta voz no es más que la detonación de una trifulca incendiaria.

(Saludos, desde el Ministerio de Desórdenes Poéticos)

Photo by joséluis vázquez domènech


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Campañas Publicitarias

Breves:

(detenerse y pensar es importante)

Vi anteayer un enlace en el facebook en el que todo el mundo mostraba una indignación considerable.  Iba acompañado de un vídeo, un anuncio en el que la protagonista es Arancha de Benito. He de decir que me puse a visionarlo y había algo excesivo en todo ello, ya no tanto por su inapropiada catadura moral (que es lo que incendiaba a todos), sino por un guión cuando menos estrambótico y una actuación poco creíble. Así que buceé hasta dar con la clave. 

Este suceso me parece un ejemplo perfecto de algo que está aconteciendo con el uso de las redes sociales. La rapidez, el poco tiempo dedicado a reflexionar y el excesivo dinamismo de la información permiten que sea oro todo lo que reluce, o lo que viene a ser lo mismo, que demos por válido absolutamente todo lo que nos llega. Y si a eso le añadimos el deseo latente (y constante) de querer poner a caer de un guindo al primero que pase por allí, lo que se hace viral no es el anuncio, sino el modo en que accedemos a un determinado tipo de comportamiento que no nos alumbra en absoluto.

Pero lo que más me llama la atención es la propia decisión de la protagonista de querer acceder a realizar dicho anuncio, puesto que las tenía todas consigo para que tras su visionado, todo el mundo no solo la pusiera a caer de un guindo, sino que tuviera que enfrentarse a miles de insultos y descalificaciones. Imagino que a estas alturas, varios días después de haber lanzado el anuncio,  el segundo vídeo habrá reconfortado los ánimos y todos se solidarizarán por la causa, con la necesaria abolición de la política de todo signo de desigualdad social.

(os invito a leer los comentarios que ya corren como la pólvora)

Y aquí la verdadera causa, patrocinada por No es Sano, una campaña promovida por muchas organizaciones para exigir a los partidos el derecho universal a la salud.


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La importancia del autorretrato

O la necesidad de construir un espacio propio

Desde las ciencias sociales y de la información nos van llegando con asiduidad pequeñas indagaciones que tienen una importancia igual a cero y, que además, esconden una realidad que está pidiendo a gritos ser desvestida de todas sus galas. Dan por hecho que allí donde las redes sociales proclaman un nuevo acontecimiento es donde ha de estar la noticia, pero lo que consiguen es respaldar la liquidación de toda reflexión crítica y aupar a los altares a esos avezados pupilos capaces de dictar las más absurdas sentencias con ciento cuarenta caracteres.

Desde los aclamados territorios de la investigación y con la ayuda incansable de los fabricantes de  nuevas tecnologías han tenido a bien contentar nuestro indisciplinado fervor por la novedad, y de ese modo nos ofrecen miles de aplicaciones que van llenándonos de deshechos y vaciándonos de contenido.

Siendo el objetivo entretener al consumidor podemos observar cómo confluyen en él ambas manifestaciones, y cómo consiguen con facilidad que éste se sienta protagonista de su propia historia. El selfie es el paradigma perfecto de este tiempo y el que mejor revela el proceso en el que estamos encauzados. Deja constancia abiertamente de la trascendencia de un yo elaborado sin discurso alguno, y la dificultad de los sujetos por liberarse de la cadena que están construyendo.

Y es aquí donde deberían de arreciar infinidad de análisis y de consideraciones respecto a nuestra relación con las nuevas tecnologías, el uso que hacemos de ellas, y el desuso que hacemos de nuestras vidas.

¿En qué consisten los nuevos entretenimientos?

Hace ya tiempo que están emergiendo identidades que rebasaron el umbral del individualismo. Estamos embarcados en una nueva ola conductual donde las normas vienen dictadas antes de universalizar el libro de instrucciones. La atomización resultante es un delirio de personajes que más allá de aislarse en sus propias redes, y más allá de congratularse con su constante presencia erótico-festiva, lo que termina por financiar es la destrucción del sujeto como actor social, y lo único que consigue es la atracción de “otro como yo” incapaz de detenerse a pensar y clarificar en qué consiste tanta y tan aclamada diversión.

En las grandes ciudades y en las pequeñas urbes, en la capital y en la periferia, un nuevo espécimen moderno se ha arrojado a los pies del sistema con una facilidad que asombra, y su deseo de compartir la experiencia encuentra en el selfie el ventilador necesario para expandir su sonrisa más allá de su preocupante situación laboral, sentimental, o psicoanalítica. El objetivo no es otro que mostrarse ante los demás como lo hace todo el mundo, es decir, sin detenerse a pensar que igual estaría bien encuadrar la imagen en una realidad significante, y no en los parámetros de los que ya se encargará Instagram de formalizar debidamente.

Este tipo de fotografía es fiel reflejo de los procesos de cambio. El individuo ha pasado al plurindividualismo. Aquella capacidad de tomar decisiones, de aislarse en burbujas recolectoras de su propia vida, de subrayar las vivencias del yo desde personalidades libres y autocomplacientes, e incluso de reivindicar espacios íntimos que construir desde los márgenes, ha dejado paso en breve espacio de tiempo a la masificación de unidades contemplativas que vienen a hacer, en la mayoría de los casos, lo mismo.

Dibujamos una ciudadanía que se organiza en torno a unos criterios de consumo, y donde la capacidad de rebeldía se desata en los días de lluvia de algún concierto “memorable”. Una pluralidad de individuos a los que les cuesta detenerse a reflexionar, a mirar otros mundos más allá de ese círculo donde el instante vale más que cualquier razón que le llevara a él.

Pero esta secuencia se extiende a casi todas las capas de la población, con la diferencia de que algunas tienen un poder adquisitivo y otras no. Lo importante es estar, aparecer en el momento oportuno, no tanto para que todos sepan que estuvimos allí (y que hay una huella imborrable que lo testifica) sino para que uno mismo sienta que participa, y que camina al lado del mundo, incluso en las largas noches de invierno.

Seguimos en la lucha por el reconocimiento. Eso es invariable. Lo que cambian son las formas. García-Alix dice que una foto de nosotros mismos es el disfraz que mejor luce. Y precisamente ese movimiento rápido, en cualquier parte, a cualquier hora, que termina guardado en un móvil y expuesto en el escaparte de la red social sigue buscando un pequeño hueco, al que se le puede atribuir un poco de vida… y esperanza, pero lo que encuentra es una realidad aparente sustituida por la grandilocuencia del momento.

AUTORRETRATO II

Photo by Joséluis Vázquez Doménech

El espejo, el papel impreso o una pantalla son un soporte adecuado para vernos. El primero impone, el segundo se marchita y la última eclosiona en un momento, buscando al siguiente instante un nuevo emplazamiento. El selfie es otro entretenimiento, donde no hay desgarro, ni intención manifiesta de representar ningún mundo interior (ni exterior), tan solo un instante dulcificado por un gesto que además muestra ese signo erróneo de la falsificación del momento. No procura la reflexión, y por ello mismo nos distancia de una narración solvente.

Esta inmersión que sin darnos cuenta hemos hecho en el universo de la inmediatez ha traído consigo muchas secuencias que se traducen muy bien en todo lo que venimos reflejando. Pero también viene a señalarnos la necesidad que tenemos de detenernos a meditar, de mostrar esa solvencia particular para mirar de frente al mundo y posicionarnos ante él, para dejar la impronta de nuestras luces y nuestras sombras.

El autorretrato te obliga a mirar, a construir, a diseccionar. Es un proyecto que transita hacia lo que van a ver los demás, y en el que te posicionas para querer transmitir; una imagen, una sensación, o tan solo una referencia. No vale con mostrarte. No es una rutina individual para que se convierta en espectáculo social. Puede, y debe muchas veces, ser una zona gris, para escapar de cualquier tendencia, y seguir reivindicando ese espacio propio por el que debemos luchar.

Publicado en Iniciativa Debate y en Ssociólogos.com