Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
El principio motriz del sistema educativo debería encauzarse de tal modo que todos aprendiéramos a pensar. Porque cada “idiota” que la nueva ley desea incorporar es contraproducente para el resto de la sociedad.