Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
Surgen brotes verdes, y se expandirán, como lo hacen los poemas en las estanterías, como lo hacen los besos en tus labios.
A la inmensa mayoría de seres humanos nos gustan la música y la paz. Tan solo se ha de señalar el camino, y todo se andará.
Los chalecos amarillos están abriendo un surco, y en las calles de París comienzan a bailar las esperanzas apedreadas por el neoliberalismo y el gran capital.
Y sonreímos al verlo. Porque a la inmensa mayoría de seres humanos nos gustan la música y la paz.
Si algo caracteriza a la música es su estrecha relación con los modos de adaptarse a todas y cada una de nuestras emociones. De ahí la popularidad y su arraigo en nuestras vidas.
Quisiera descomponer los residuos que he almacenado a lo largo de la vida, causantes del más mínimo desgaste anímico que en cualquier acompañante se manifestara.
Desnudarme con todas las heridas abiertas, y permitir que se alejaran las resacas de todos mis mares…
… hasta que la última ola se llevara consigo el recuerdo de cualquier dolencia.
Quisiera.
Disculparme por mi indisciplina, por no saber tocar los acordes que hicieran desbocar la sonrisa.
tengo mal oído, pero procuro siempre poner música, incluso en las distancias que nos separan
(Porque todos necesitamos también amar, o disolvernos con sus inclemencias).
No soy yo quien les hubiera unido para formar la perfecta coalición musical, pero ahí están, dándolo todo. Una, porque así fue su vida, y el otro, porque se siente embelesado ante tanta energía, ante tanta satisfacción, ante tamaña experiencia.
Desde la actual política estamos imposibilitados para vivir experiencias tan significativas. Porque una cosa es la creación y el talento y, otra muy distinta, la fábula del engaño y el desconcierto.
Tus manos diminutas no juegan sobre la arena, restriegan en ella y te llevas un puñado a la boca. Es la ración del día en una nueva jornada desalentadora. El sol no se separa de ti, y no se escucha música a mil kilómetros a la redonda. Solo pequeños aleteos y algunos zumbidos que apenas pueden despertar tu sueño eterno de agua. Las moscas se posan sobre tus labios y de tantas veces que van y regresan…, ya ni te molestan. Lo que para un niño del ensanche es escombro alimentario, para ti es el maná que todas las religiones juntas escribieron sobre falsos papiros ya olvidados. No puedes clamar a la tierra para que brote arroz o tan siquiera una mala hierba, y se van cerrando esos ojos donde los gobiernos recolectaron sus crueles condenas.
Tus ojos!
Ni tan siquiera puedo hablarte, pero seguiremos abonando en las palabras para nombrar a quienes hacen oídos sordos con tu último latido.
Todos los santos te llevan y aquí siguen, reunidos, los halcones que no custodiaron ni tu primera esperanza.
Aquél día que abriste una grieta en el camino que te llevaba a casa mientras yo observaba tu melena al viento, un paisaje brotó dentro de mi y todo el páramo del mundo se extendió como lo hace la música por los rincones olvidados de la memoria. Ajeno a cualquier circunstancia lo olvidé todo sin pensar en ello, y mitigué los frenos que había puesto a la vida. No lo olvidaré siempre. Un 30 de diciembre te columpiaste en mis entresijos y las arañas salieron a despedirte el último día del año, recobrando las fuerzas para construir una nueva tela que atrapaba hasta el aliento que dejaste sobre la almohada. Los verdes prados te acompañaron hasta el mar, y descansaste allí guardando el secreto entre las olas, tumbada mientras sentías cómo tus pies rozaban la península de la felicidad. El esperma que llevabas dentro fertilizó las algas y los acantilados, inseminó a los peces y desinfectó el desasosiego de nuestro cosmos extraoficial. Aquél día no hubo noche y desaprendí a nadar, porque no había límites y todo me exhortaba a vivir. Cada pedazo de tierra que pisamos desde entonces es el hijo de un acto sexual reinventado, fragmentos sin reservas para lidiar con el ostracismo de la muerte.
(Si pudiéramos todos los habitantes conocernos en esas circunstancias la radiación nos expondría a observarnos por igual, desnudos más allá de todas las fronteras).
Observando el fiordo de Clyde, Isla de Arran, Escocia. Photo by Joséluis Vázquez Doménech
Siempre tuve miedo de perderme en alguna canción, recreada por mi. Por eso dejé que fueran otros quienes lucieran en mi piel las zancadillas de la vida y firmaran con otro sello lo que acontece en la trastienda. Podía habitar la sensación, el despliegue emocional al ser escuchada, y sentir que alguien (muy lejos de mi) vivía conmigo la misma circunstancia. Esa sensación y ese repliegue sin necesidad de explicación alguna, envuelta en un nuevo sonido capaz de bifurcarse por las venas, vino un día a mi y comprendí lo que era la música.
(fue uno de los primeros discos que me dejó columpiarme sobre el aire: había otros planetas, otras tierras que habitar, y existían guitarras azules)
Desprovistos de respuesta algunaSe nutren las heridas y se incineran los sueñosLa tierra callada se filtra bajo los piesY se adentra hasta el tuétano… en la órbita de una elipse desfiguradasin tan siquiera una palabra, un gesto, o una bocanada…Y aun con todas las voces silenciadasQueda la música (que resuena vibrando sobre la piel)Con el sonido que nos sostienegota a gota…