Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
Surgen brotes verdes, y se expandirán, como lo hacen los poemas en las estanterías, como lo hacen los besos en tus labios.
A la inmensa mayoría de seres humanos nos gustan la música y la paz. Tan solo se ha de señalar el camino, y todo se andará.
Los chalecos amarillos están abriendo un surco, y en las calles de París comienzan a bailar las esperanzas apedreadas por el neoliberalismo y el gran capital.
Y sonreímos al verlo. Porque a la inmensa mayoría de seres humanos nos gustan la música y la paz.
Cuando esta noche todos los canales de televisión retransmitan desde Wembley la actuación coral más grande del mundo y escuches el himno de la marsellesa cantada en directo por noventa mil espectadores, y de noche la luz de la emoción desborde todos tus sentimientos, haz un esfuerzo y piensa por un instante lo que se esconde detrás de ese inmenso escenario.
Casi en el mismo instante en que un aluvión de lágrimas inunde nuestras casas y millones de ciudadanos asistamos al acto más conmovedor del siglo veintiuno europeo, tus representantes políticos vendrán de firmar una clausula comunitaria por la cual todos los países de la Unión (sin excepción) se comprometen a ayudar a Francia de forma colectiva, dado que este país ha sufrido un “acto de guerra”.
Al mismo tiempo, Hollande ya habrá propuesto cambiar la Constitución Francesa para luchar contra el terrorismo con un endurecimiento de las medidas militares y judiciales. Y ese cambio supondrá el desmantelamiento de toda esperanza para miles de refugiados que, casualmente, están a las puertas de Europa. Todo lo relacionado con la posibilidad de expulsión, aumento de penas o retiradas de nacionalidad será revisado y se estipularán legislaciones paralelas con el fin de activar todos los mecanismos de control y seguimiento. Del mismo modo, nosotros seremos protagonistas de la incipiente llegada de mayores recortes a nuestras libertades.
Cuando esta noche toda la conmoción del mundo se instale en tu sala de estar (nunca a un habitáculo se le dispensó un nombre tan preciso) recuerda conmigo esta jornada, porque probablemente podamos llegar a decir en un futuro no muy lejano que tal día como hoy se instalan los cimientos de un nuevo tipo de totalitarismo, una nueva regulación del sistema político donde la pretensión de las Empresas Estatales de dirigir y controlar todas las facetas de nuestras vidas irán tomando cuerpo de ley.
Hasta ayer yo no era París, y no veo razón alguna para que en un día mi conciencia de un revolcón y me reconvierta en algo diferente a lo que siempre he procurado ser.
Yo soy Joséluis, y a veces, a duras penas. No me reinvento cada día, bien al contrario, me cuesta forjarme un ser y proseguir luchando por mi forma de comprender.
(vaya!, el mismo día, en Líbano, tengo noticia de que un atentado ha dejado 43 muertos y 239 heridos)
Francia está acordonada por la policía. Ya lo estaba antes del atentado. Es sorprendente, cuantos más policías hay más ataques tienen lugar. Han cerrado las fronteras, pero me temo que las explosiones no han tenido lugar porque éstas estuvieran abiertas.
(en lo que va de año, más de dos mil quinientas personas han muerto intentando cruzar el Mediterráneo, que se sepa)
El mundo está preparado para la guerra, ya lo vienen avisando desde hace tiempo. Y uno de los que más nos lo está recordando es el propio país vecino.
(Veintiocho de septiembre de dos mil quince. El presidente François Hollande confirma la destrucción de un campo de entrenamiento del EI en Deir ez Zor, al este de Siria. “Nuestras fuerzas han alcanzado su objetivo”, dijo el presidente galo, “Francia actúa para encontrar una solución en Siria y para protegerse”)
No hace falta buscar una concatenación de hechos con los cuales se pueda escribir una narración cierta. Basta con contar una serie de acontecimientos para ver como progresan sus trampas y las mentiras.
(nuevos bombardeos de la coalición en Yemen dejan más de 80 muertos)
Lanzan ofensivas en Oriente Próximo y África y dicen que actúan en legítima defensa. ¿Sabéis cuántas incursiones ha habido en los últimos cien años?
(En 1975, la OPEP aceptó oficialmente vender su petróleo sólo en dólares. Un acuerdo militar secreto de EEUU para armar a Arabia Saudita fue la contrapartida)
Si alguien piensa que estoy justificando un acto terrorista es que aún no se ha tomado su tiempo para detenerse a pensar que la violencia, genera violencia, y que quien vientos siembra con tempestades se acuesta.
(Hasta noviembre del 2000, ningún país de la OPEP se atrevió a violar la regla de los precios en dólares. Pero fue en noviembre cuando los franceses y otros miembros de la eurozona convencieron finalmente a Saddam Hussein para que desafiara a los EEUU para hacer la transacción de «petróleo por comida» de Irak no en dólares, la divisa «enemiga» como la llamaban ellos, sino solamente en euros. Los euros estaban depositados en una cuenta especial de las Naciones Unidas en el principal banco francés BNP Paribas)
Se han escuchado gritos en árabe antes de que comenzaran a disparar. Es sin lugar a dudas muy importante que sepamos que alguien es capaz de hablar ese idioma antes de que empiece a matar. Los drones no hablan, articulan extraños ruidos de combate sin cesar.
(matan en Israel a un eritreo que recibe patadas y escupitajos antes de morir)
Uno lo ha pensado muchas veces y ve las cosas más sencillas. Intenta observar cómo suceden los hechos sin entrar en disquisiciones y manipulaciones mediáticas absurdas. El planeta está lleno de bases militares, o lo que es lo mismo, de Operaciones Especiales de EEUU.
(más de 36.000 militares participan en las mayores maniobras de la OTAN de los últimos tiempos. Que no cunda el pánico, están para defendernos)
Google Images – Refugiados Sirios
Intelectuales y periodistas, radiantes en tamañas jornadas informativas, observan con precisión quirúrgica la imperiosa necesidad de abrir puertas a la confrontación. Quince de noviembre de dos mil quince, el diario El País tiene a bien regalarnos un titular a cinco columnas en el que podemos leer: “Guerra al Estado Islámico”. Así, como quien no quiere la cosa, animando a sus lectores al amor eterno. Y uno de sus colaboradores (José Ignacio Torreblanca) escribe en el interior de la biblia del vil metal que ante una amenaza tan brutal las democracias tienen todo el derecho a emplear la fuerza militar.
(solo evaluando las acciones realizadas por Francia en el continente africano, las injerencias con las que nos encontramos son tantas que uno no sabe muy bien cómo es posible que este país pretenda abanderar nada que tenga que ver con la libertad)
Todo sea por invadir, que está de moda. Los norteamericanos señalan con el dedo, y cientos de escritores incluso opositores manchan su tinta con apreciaciones encomiables.
(suscriben manifiestos para cambiar de régimen en Libia o Siria, porque en estos casos, no sería una agresión colonial, sino una operación para derrocar a un dictador e implantar formas que ellos llaman democráticas de gobierno)
Una civilización que coloniza sin piedad y que justifica todos y cada uno de sus movimientos es una civilización enferma. He de recordar que vivimos y somos parte de esa civilización.
(el terrorismo viene siendo la justificación adecuada esgrimida por quienes dicen luchar contra él a la hora de invadir países; Boko Haram “surge” en Nigeria, la economía más grande y potente del continente africano)
Para investigar el ataque contra el hospital de Kunduz de Médicos Sin Fronteras (¿se puede hacer algo más horrible?), y según el Convenio de Ginebra, bastaría con que uno solo de los países firmantes del acuerdo pidiera la apertura de una comisión humanitaria internacional. Cuarenta días después, ni un solo país la ha solicitado.
A las pocas horas del atentado todos los dirigentes occidentales lo tienen claro; hay que actuar conjuntamente. Su habilidad para resolver estas situaciones y sacarnos de dudas es todo un decálogo de aprecio hacia unos intereses ya pactados con anterioridad. La verificación de sus pruebas es ya un hecho y puede proseguir la matanza.
(sube el telón sobre el gran escenario y Obama irrumpe como primer mandatario para hablar en nombre de todos. “Este es un ataque contra la humanidad… Los franceses han sido un aliado extraordinario contra el terrorismo, y nosotros queremos serlo también para ellos”)
No se cansan de avisarnos. Hollande dice que “estamos ante un acto de guerra y que Francia… será implacable”. Rajoy riza el rizo y nos hace ver que ellos son los buenos: “Estamos en una lucha entre civilización y barbarie”. Y a su vera, el inconmensurable Aznar nos cuenta que “la defensa de la paz… tiene un precio”. Es demoledor, tener que escuchar demostraciones de prepotencia y negligencia de este tipo.
Mientras los ciudadanos no nos demos cuenta de que el propio sistema político es quien nos está dando la espalda, no veremos luz alguna.
Yo también siento. Es decir, no me libero de esa sensación de dolor que asola el mundo con tanta crueldad. Intento reflexionar y dar un poco de sentido a tanta incongruencia. Y por hoy no necesito escribir más. Ya hemos terminado de ver con qué vehemencia se implican en sus tozudas expresiones para dar alas a la violencia.
Y no, no soy París, porque dentro de mí están Eritrea, Somalia, Nigeria, Palestina, Colombia, México, Libia, Líbano, Afganistán, y pronto hasta Marte. Y el día en que observe que por las redes sociales el dolor de un yemení alcance el impacto de los corazones occidentales, tal vez en ese momento comience mi adhesión a una nueva sociedad reconstruida.
Y espero que nadie, en su sano juicio, sea capaz tan siquiera de imaginar que albergo en mi interior la causa de atentado alguno. Pienso en mi zozobra, y lo expongo para abrazar a quien ya no puede más.
P.D.: invito a cualquier periodista, filósofo, sociólogo, analista o politólogo, que nos haga saber por qué… éstos atentados, y no otros miles que han surcado la tierra a lo largo de todo este siglo, son un acto de guerra…
Antes de emplearme a fondo con el siguiente artículo y procurar ser resolutivo, temo que estaré obligado a responder a más de un interrogante. ¿Cómo dirigirme al público en general mostrando abiertamente que yo jamás iría a la manifestación celebrada en las calles de París? O lo que viene a ser lo mismo, ¿Cómo revelar, siendo consecuente, que rechazaría caminar tras esa pancarta a favor de “esa libertad”, y en contra de “ese terrorismo”?
En las mismas respuestas descubriremos el motivo de mi vil comportamiento, y las razones de un planteamiento generador de una más que agitada discusión.
Dicho así, bien pudiera parecer que soy un aciago personaje que habría que arrestar de inmediato, mas ello no sería sino testimonio y resultado de todo lo que van logrando con tanto trabajo. No estaría de más recordar que quien disiente del clamor popular corre el riesgo de perpetuarse en el olvido, sobre todo cuando dicho fervor proviene del discurso único e ininterrumpido.
Nos sumergimos ya en las enfangadas aguas de la democracia. La capacidad de expresarse libremente nos debería llegar a todos sin distinción, pero le compete a unos pocos imponer su voluntad y evidenciar con ella su aplastante verdad. No importa que yo pueda exponer un discurso solidario, pacífico o altruista. De nada sirve empatizar con el más débil, sobre cuya cabeza retumba el sonido de los drones o el dolor de la sed y la malaria. Sirve, únicamente, mostrar una simulación del malestar, la apresada indignación en el espectáculo informativo.
Mi aparente contradicción encierra parte de la respuesta. ¿Es posible pretender luchar por la justicia y no participar de esa eclosión que late en los miles de corazones de tantos manifestantes? No solo es posible, sino tal y como se construyen las historias, hasta necesario. La lectura deviene más nítida si somos capaces de observar que la verdadera incompatibilidad se hace fuerte sobre el asfalto de París, participando inconscientemente en el macabro juego de la guerra. Vamos por partes, y procura responder conmigo.
¿Irías a una concentración que propusiera el desalojo de sus casas a sus legítimos dueños, porque alguien lo estipule así? Consciente de que tu respuesta va a ser negativa, te invito a que (en el recorrido de la manifestación) te quedes con la cara del primer ministro israelí.
¿Serías capaz de festejar la destrucción y aniquilación de un país respondiendo al deseo único de apropiación de todos sus recursos naturales? Sabiendo que no respaldarías ese acto, ahora puedes tornar la mirada y dirigirla hacia el presidente de la gran república de Francia.
¿Saldrías a gritar a las calles para exigir austeridad hacia los más pobres y, al mismo tiempo, procurar enriquecer solo a cien? Siendo impropio de ti ese argumento, observa como caminas junto a la gran canciller.
¿Lucharías denodadamente por cubrir tu jardín con miles de cruces, como homenaje a quienes habrán de caer? Atiende, no vaya a ser que entorpezcas la salida del premier.
¿No te sentiste ofendido y traicionado cuando unos cuantos lugartenientes tuvieron a bien invadir un país? Ahora que asientes con tu cabeza, da la mano a tu presidente, y ve con él, que también quiere rendir tributo a su fe.
Nada voy a decir de los saqueos, violaciones, asesinatos, expolios, invasiones, torturas, humillaciones, fraudes, y demás demoliciones que han cometido quienes nos hablan de paz y libertad. Una paz y una libertad que apenas pueden sostenerse bajo el cielo de París, porque ni un millón de almas pueden reescribir historia alguna, ni podrán disfrazar la cruda realidad.
Claro que se puede pensar que una cosa no quita la otra, es decir, que se pueda coincidir en el mismo evento con quien no tienes el gusto de sonreír. O dicho de otro modo, estimar oportuno que puede ser muy lícito converger en un punto con aquél que no quieres ni ver.
Pero ahí radica el engaño, en hacernos creer que todos somos igual de humanos, y que ante la barbarie hemos de actuar, obedeciendo a pies juntillas los dictados de los medios y las presiones de los miedos, hasta dislocarnos frente al televisor, siendo protagonistas de un nuevo acto religioso, pleno de bondad y certidumbre.
París bien vale una misa, en este caso una manifestación; nuestros dirigentes se reconvierten y abrazan la causa pacífica arrastrando con ellos a miles de fieles sin saber que en el camino no está la libertad de expresión, ni homenajear a todos los asesinados, ni fortalecer lazos para detener tanta barbarie, sino suministrar gasolina para la próxima combustión. Pero ahora con el beneplácito de una sociedad que ilumina las calles con lágrimas en sus ojos. Sus oraciones retumban en los templos, las puertas se abren para que la “lucha contra el terrorismo” reciba la gracia de millones de personas y la comunidad internacional detenga, por fin, a esos denigrantes seres que tanto daño nos hacen.
No hay una lucha por la libertad de expresión; no permiten que veamos cómo ha sido todo el proceso. Vuelven a ocultar vídeos reveladores de extraños sucesos. Nos hablan de terroristas profesionales que olvidan sus documentos de identidad. En una hora saben sus nombres, quienes son sus amantes, y cuándo tuvieron el último orgasmo. Los periodistas no preguntan, expanden La Noticia. Nosotros decimos a todo que si, porque todo ha sido terrible, porque el heroico acto de luchar juntos contra el mal nos hace partícipes y protagonistas de otra sentida historia.
Fue Charlie Hebdo y podría haber sido cualquiera. Pero no les importa nada, no quieren que sepamos qué está sucediendo en el mundo, tan solo nos cuentan cómo son los documentales más insidiosos de la historia, llenos de visceral entretenimiento pedagógico, por la causa occidental y el bien común.
¡Y pensar que millones de personas más hubieran deseado desfilar hasta la plaza de la República con ese mensaje premonitorio! Pensar que de todas partes del mundo hubieran asistido allí, para solidarizarse… Pero, ¿con quién? Uno de los miembros más antiguos del semanario satírico Charlie Hebdo, el caricaturista holandés Bernard ‘Willem’ Holtrop, ha hecho unas declaraciones, cuando menos, clarificadoras, y ha rechazado las repentinas muestras de apoyo de las autoridades mundiales y ha advertido de que no dudaría en “vomitar” sobre los “nuevos amigos” de la publicación.
Es de suma dificultad prever qué puede suceder, y dónde, pero todo apunta a que retrocederemos en nuestras libertades y, lo que es peor, que las guerras sucederán, bajo el símbolo de la lucha contra el terrorismo, más unidos que nunca, y con el único propósito de seguir llenando las arcas.
Oportunidades para indignarse, protestar, manifestarse y solidarizarse con los muertos, son tantas, que los familiares y amigos de los asesinados en México, Afghanistan, Nigeria, Somalia, Siria, Libia, Iraq, Burkina Faso, o Yemen, se quedan atónitos, observando cómo es posible que, de repente, y como quien no quiere la cosa, el mundo se tambalee y erija su epicentro en París, esa ciudad de la luz que no ha hecho sino apagar el amanecer del resto del mundo, un mundo que cada segundo vive la trágica muerte de una persona, de la que nada sabemos, y nada nos van a contar.
Solo vale lo que se cuenta. Por ello yo no iría a esa manifestación, ni a ninguna otra donde de lo que se trata es de ocultar la verdad, de transgredir el principio mismo de la justicia, y de seguir impulsando el etnocentrismo y, con él, el desprecio más absoluto hacia los olvidados y los marginados.
Para terminar veo necesario expresar a todas aquellas personas que están sufriendo la pérdida de sus seres queridos que tienen toda mi tristeza, mi rabia, y mi afecto. Y sé, aunque callen, que en el dolor de muchos estará tatuado el nombre del imperialismo.