Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
Apenas nos queda paciencia, y mucha menos con el dolor o la enfermedad. El más mínimo detalle lo convertimos en una urgencia, y acudimos raudos y veloces a contarle al médico lo que podríamos haberle explicado al vecino de la escalera.
Es sospechoso, que cuanto más expuestos estamos a toda clase de alertas y tragedias, más frágiles somos con las reacciones de nuestros propios cuerpos. Un grano puede convertirse en el comienzo de una tragedia, o un fugaz esguince asemejarse a la rotura de una vértebra.
Los profesionales de la medicina comienzan ya a creer más en la sociología, porque comprenden mucho mejor ahora en qué consiste la alteración real del voto a través del miedo, y así también la enorme influencia que genera éste en muchos aspectos de nuestras vidas.
Somos permeables, para el amor y para la muerte, para la política y para el tiempo de ocio, pero también para la percepción, y ésta puede llevarnos de la noche a la mañana a creer más en un militar que en un insumiso. Basta observar Francia y darnos cuenta de que legiones de aquellos jóvenes del 68 están prestos a convivir un año en un continuo estado de excepción…
Y lo saben muy bien y te lo van a recordar, hasta minar nuestras corazas y convertirnos en depredadores en busca de culpables que realmente son ajenos a nuestro propio mal.
Para acompañar mi discurso, os dejo este artículo que espero respalde mis reflexiones
«El ébola, el sacerdote y el discurso del miedo»
Puede ser relevante y puede ser noticia que caigamos en contradicciones, y que no ser consecuente en un mometo determinado haga recaer sobre nosotros la furia o la pasión desbordada de la crítica. Puede ser cierto que la supuesta solidaridad cristiana resquebrajada o dejar de encomendarse a Dios nos llamen la atención, pero dichas propuestas pueden diluirse si consideramos que todo ser humano tiene miedo, y que son muchos los momentos en que nuestra propia coherencia deja de ser el motor de nuestros actos. Nadie tiene que ser héroe, y posar la mirada en nuestro propio espejo puede ayudarnos a aproximarnos a la noticia de otro modo. Tampoco deberíamos pedirle al sacerdote Miguel Pajares lo que, probablemente, nosotros también dejaríamos de hacer un día o un momento cualquiera, ser íntegros en cada paso de nuestras vidas.
Así todo, cualquier análisis sobre los últimos acontecimientos debería redirigirnos a otros territorios donde explorar espacios más significativos e importantes.
¿Qué se esconde detrás de ésta alarma e ininterrumpida noticia televisada? Si los propios expertos en microbiología se reafirman en que el riesgo de expansión del virus en Europa es bajo, estamos obligados a desviar la mirada a otro lado.
Exclusivamente razones internas, es decir, la preocupación de la muerte de un hombre blanco occidental, son el detonador que alimenta este espacio informativo. Y nunca ninguna preocupación real por lo que pueda suceder a miles de hombres y mujeres negros, que seguirán indefensos enfrentándose no solo a esta epidemia, sino a otras calamidades que causan muchas más muertes, como son la malaria, el sida, la malnutrición, diferentes tipos de diarreas, o la propia mortalidad materna y neonatal durante el parto.
Y razones políticas y sociales son las que se manifiestan cada vez que la visualización del mal nos arrastra una y otra vez al indómito espacio del miedo. No importa que la noticia sea Boko Haram y las niñas secuestradas, el frente yihadista, el peligro ruso, o las medusas más peligrosas llegando a nuestras costas.
Un claro objetivo para convivir constantemente con la inquietud está latente, no solo en este modo de narrar las noticias, sino también con el modo en que se visualizan. La imágen del sacerdote siendo trasladado con unas medidas de seguridad extremas, y la propia enfermedad del ébola, que mata sin contemplaciones, de un modo duro y espectacular, son en su conjunto un constructo para causar cuando menos, que nuestras pasiones despierten, y se obtenga una repercusión inmediata. Se nos trae la muerte a las puertas de nuestra casa (África queda lejos), y una trágica procesión televisada acecha nuestra seguridad.
Esta mini-serie de máxima audiencia introduce una alarma social innecesaria, lo cual viene a mostrar que siguen inoculando el terror como interés de distracción masiva.
No hace falta que cada vez que haya un acontecimiento político (generalmente pre o bélico) intenten contener nuestra rabia y nuestro deseo de conocimiento ocultándonos la verdad o mostrándonos otros argumentos incendiarios para olvidarnos de él. Ya desde hace mucho tiempo la retransmisión del miedo es constante. Las dosis continuadas y permanentes de la tragedia y del mal son una solvencia para mitigar las reacciones inmediatas al dolor y la muerte. Nos están sedadando, y la gran vacuna no es precisamente la de las farmaceúticas, sino aquella que nos dispensan desde los ministerios de interior y defensa, desde las cúpulas de seguimiento masivo, ayudados conjuntamente por las unidades de prensa (a buen recaudo de las corporaciones financieras más influyentes).
Se nos transmite un mensaje desde los ámbitos gubernamentales o desde las organizaciones como la OMS, haciéndonos creer que se preocupan de nuestra salud y nuestra buen futuro, pero el objetivo es otro bien distinto; una política que persigue instalarse en el poder eternamente, utilizando una y otra vez toda una serie de amenzas (sin que importe que sean reales o ficticias), exagerando todo tipo de peligros y amedrentando a la población.
Photo by Joséluis Vázquez Doménech
Terrores, cuando menos, difusos, y guerras eternas son nuestro desayuno cotidiano, invitados por todas las agencias de in-seguridad y los medios de in-comunicación.
De ese modo, se consigue no abordar los temas principales a tratar, aquello que late de fondo en la relación norte/sur. No se habla de la necesidad imperiosa de redistribuir los recursos y de invertir en asistencia sanitaria. No se habla de investigar y ayudar a extinguir las llamadas epidemias olvidadas. No se habla del saqueo, y tampoco de cómo se experimenta con la pobreza para blindar el privilegio de unos pocos.
Son muchos los escándalos que se suceden dia tras día, pero no hay que ver como una sorpresa o una indignación que las industrias farmaceúticas justifiquen su inversión en aras de suculentos beneficios. El escándalo habita en el propio sistema, que hace cotizar al alza la discriminación y el ejercicio de la violencia.
Todo ello ya nos viene a recordar que deberíamos replantearnos esa infrahumana capacidad que tenemos para valorar la vida de las personas, ese discurso moral de quien se siente superior y se sabe dominador. Y tal y como ocurre en muchas relaciones de pareja, la estrategia geopolítica basa su fundamento a través del ejercicio de la violencia, dejando constancia una y otra vez de quién manda… y quién se beneficia.
El sacerdote regresó a Madrid dejando atrás al continente olvidado, para recordarnos que el hombre blanco siempre tendrá el auspicio y la hospitalidad de Occidente, mientras el estigma de la pobreza seguirá arrinconando a una enorme población que ya antes causaba un enorme recelo y ahora, además, nos infectará nuestra sonrisa.
Y una vez infectados y ya temerosos, asumiremos políticas de confinamiento, no vaya a ser que salte la valla un guineano y el brote de la vergüenza se expanda hasta los confines del universo.