Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
Los habitantes del nuevo siglo son conscientes de que se derrama mucho sufrimiento por las grietas de sus muros, pero su disposición a solventar el problema no se fundamenta en la fragilidad de los vínculos, sino en la socialización de indignaciones continuas que casi nunca reparan en lo esencial.
Seminario: Redes Sociales, Nuevas Tecnologías, e Interrogantes
“3 – El olvido de los vínculos afectivos y la invasión de la distracción”
Hoy a las 20’00 horas, y organizado por la «Asociación de Madres/Padres del Colegio Floreaga», de Azkoitia, proseguimos (y damos por finalizado) el presente ciclo dedicado a las Redes Sociales.
«Estamos más distraídos y confundidos que en cualquier otro tiempo del pasado.
Nunca antes habíamos tenido más información a nuestra disposición. Nos llega a través de los canales de radio y televisión, de los medios escritos, de Internet y hasta en los comentarios y conversaciones. Es tanta y tan variada la información que nadie es capaz de procesarla e identificar que es verdad y que es mentira. El resultado de ese océano informativo es la confusión. Los gobiernos están felices porque han descubierto que más útil que mentir es confundir y saturar a los ciudadanos con muchas versiones de la realidad, casi todas verosímiles y creíbles, pero casi todas también falsas.
Estamos permanente distraídos, con la atención puesta en demasiadas cosas simultáneamente y eso nos hace vulnerables. Hemos abierto demasiadas puertas y la atención que requiere atenderlas a todas nos va condenando poco a poco a la individualidad, nos va convirtiendo en individuos que se bastan a sí mismos, que pueden prescindir, cada vez con más confort, de la vida en comunidad».
(Giorgio Agamben )
Consumidos por tantos dispositivos se nos olvida dónde hemos de prestar mayor atención. El tiempo discurre ocupándonos de él como si fuera un mercado nada ambulante. Muchos padres creen que hay que ocuparlo, darle sentido llevando a sus retoños a todas las horas extra-escolares, y pocos lo atienden sentándose con ellos a contemplar la nada despreciable aventura de enfrentarse a sus silencios. La afectividad también necesita de muchas horas fuera del recinto escolar, pero por una razón u otra no se le presta ni la atención debida ni el esfuerzo preciso. El verdadero peligro que temen muchos adultos no está en la calle, ni en el colegio, ni en las redes sociales, sino en el «confortable recinto familiar» donde la educación es la prolongación del convulso sistema de consumo.
Uno de los primeros artículos de la Declaración de los Derechos Humanos debería comenzar por respetar y facilitar la construcción de la identidad y orientación sexual de las personas, independientemente de su sexo biológico y de sus preferencias e inclinaciones.
Ello con el propósito de contribuir al desarrollo integral y saludable de cada persona, favoreciendo así una vivencia plena y propia de los sentimientos, de las emociones y de los afectos, sin la cual, todos estaríamos anclados a los usos y normas generalizadas, constriñendo la particular expresión de nuestras diferentes identidades.
De nada sirven nuestros supuestos derechos y libertades (sin distinción de raza, color y sexo) si tras ellos conviven las barreras, y esas etiquetas que proclaman lo atípico o desigual como enfermedad o patología a erradicar.
Un porcentaje muy elevado de nuestras posibilidades para conseguir momentos de felicidad y equilibrio vital pasa, sin duda alguna, por la necesaria manifestación y expresión libre de nuestras emociones, por la necesaria armonía entre la elección de género y las características sexuales corporales heredadas al nacer, así como por el consiguiente derecho a poder proclamarlo y compartirlo sin ser juzgado.
Photo by Joséluis Vázquez Doménech
Sin esa opción surge una especie de expropiación de los sentimientos, un complejo conflicto personal, que conlleva a arrastrar el dolor y la no aceptación. Y lo que es peor, la vivencia con unas patologías añadidas que nada tienen que ver con la realidad y que incapacitan para la consecución de una vida plena.
No existe enfermedad alguna en esos modos de vivir el sexo y el amor en conflicto con la asignación de un cuerpo equivocado. Lo que hay es tan solo la dificultad de poder traspasar los límites establecidos en nuestro entorno. Una persona transexual necesita de todos los medios que podamos ofrecer para que pueda hacerse real una identificación entre su mente, su cuerpo, su placer, su erotismo, su sexualidad y su vivencia en comunidad. Y para ello, han de facilitarse todas las ayudas, desde las terapias necesarias hasta las operaciones que se tengan a bien realizar, y siempre, de modo gratuito.
Esto no es un capricho (Basta con exponer la cifra de suicidios que se da dentro de este colectivo, un 20% superior a la media). Forma parte de la necesidad de poder convivir con los vínculos afectivos con la misma facilidad que pueden hacerlo todos los demás.
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Una Vida Sencilla
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Las relaciones, los vículos afectivos, la vejez, Asia… «Tras el singular vínculo que sostienen una sirvienta y el muchacho al que ha cuidado durante toda su vida, ahora único miembro de una familia a la que ha servido durante sesenta años, se esconde un drama que permanece casi siempre por detrás de sus protagonistas, y en el que no encontramos una propensión al ensalzamiento más exacerbado de la emoción». Así es, y nos enfrentamos al trabajo minimalista de una directora que pule todas las aristas, consiguiendo una sinceridad y una naturalidad imperturbables. Una historia entre un millón, pero humana, fiel y honesta. Una mirada al interior con todo el cariño del mundo.
Chun Tao-Chung ha trabajado como sirvienta para la familia Leung durante sesenta años. Ahora cuida de Roger, el único miembro de la familia Leung que aún vive en Hong Kong. Un día, al volver del trabajo, Roger descubre que Tao ha sufrido un derrame cerebral y la lleva al hospital. Cuando ella le dice que quiere dejar su trabajo y marcharse a una residencia, él le encuentra una habitación en un centro dirigido por un viejo amigo. A fuerza de dedicarle tiempo y atención a las necesidades y antojos de Tao, Roger descubre cuánto significa para él la vieja criada.
Premios
2011: Festival de Venecia: Copa Volpi a la Mejor actriz (Deanie Yip).
La ausencia de vínculos inquebrantables, esos que anteriormente denominábamos para siempre, se deshacen. Pero se mantiene la necesidad, el impulso de amarrar lazos allí donde embarcan las emociones, con la diferencia de que ahora el proceso de individualización requiere más de nosotros mismos, y de un complemento energético para consolidar el propio esfuerzo. Sin el respaldo anterior de las instituciones de gran poder socializador, la autonomía esclarece aún más la sociedad de lo íntimo.
Refugiados (pero conectados), intuyendo que no habrá ligadura que cien años dure, que no habrá garantía alguna de perpetuidad. La exploración dentro de esta jaula de oro encierra una excepcional paradoja: conectar sí, pero sin atar bien los términos de cada unión, con el firme propósito de proseguir otro camino para cuando las circunstancias se alteren.
Lo que subyace es un sentimiento de debilidad y desprotección, donde por un lado encontramos el detonador perfecto para buscarnos, pero por otro una balsa ligera, donde se construye anémicamente una frágil relación para sitiarla.
Este sentimiento procede de un hecho social que se ha instaurado en nuestras relaciones y, por tanto, en nuestra psique: somos fácilmente descartables. Así, queremos correspondernos, aunque desconfiando de hacerlo eternamente (vestigio caduco que pesa como una losa), y pensando que ello limitaría nuestra libertad.
Photo by Joséluis Vázquez Doménech
Con esta situación transitamos entre el sueño del deleite a través de “las relaciones” y la pesadilla que se instala por las frustraciones que acarrean. Y precisamente porque dichas comparecencias no resultan satisfactorias, escudriñamos una nueva, deambulando constantemente entre la esperanza y el temor, huyendo de una dependencia que parece nos disminuye.
Los suplementos de los periódicos y las revistas semanales tienen un remanente excelente para llenar sus columnas con profusos consejos y seducirnos con infinidad de posibilidades. Pero son incapaces de resolver el misterio que ya se constata; hay un deseo creciente de tocarse, y al mismo tiempo un fervor latente para que no deje huella.
La confusión se instala en el difícil camino que va de las parejas a las redes, del compromiso a estar en contacto… La virtualidad tiene una fácil puerta de entrada, y un más cómodo portón de salida (borrar un contacto responde fácilmente a la sencilla pauta de desabastecerse de complicación alguna).
Puede deducirse de éstas líneas que es la calidad la que está en desuso, la que se fragmenta sin remedio ante la perenne existencia de un inestable discurso. Y cuando la calidad desmerece se investiga en la cantidad, enamorándonos y desenamorándonos como consuelo de esa oquedad, repitiendo el suceso vulnerables al amor… y la penumbra.
Conectados (pero refugiados), intuyendo que el tiempo es otro.