Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.
Cualquier imagen nítida de Europa es imposible en este estado de distopía y crueldad. Hemos perdido la capacidad de ver, y solo queda un movimiento vertiginoso hacia la caída final.