Un dominio propio

Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.


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Entre el disparate y la frivolidad

Las estrategias modernas de reinvención de los hechos permiten mostrar ridículas observaciones sin fundamento, sin que tenga importancia alguna que aquello que se nos brinda sea inasumible realmente o sea la más caricaturesca de las noticias. Se nos repite el discurso, se expande por todos los canales, se intimida con ellos, y se termina por cincelar nuestros cerebros con premeditación y mucha alevosía.

Esta semana hemos asistido a una nueva odisea informativa en el programa “El Intermedio”. Y sus protagonistas, han alcanzado las más altas cotas del naufragio periodístico y, también, del despropósito. Procurando ser breves. En el 2019/20 nos incendiaron las pantallas haciéndonos ver que Maduro era un dictador y que Juan Guaidó era el fiel representante de la futura democracia venezolana, y años después simulan una parodia mostrando cómo el personaje en cuestión no era más que un títere de los EEUU. Los mismos que intoxicaron los sucesos (entrevista vergonzosa incluida de Jordi Évole con el mandatario venezolano) ahora intervienen para hacernos ver que el proceso político vivido no era más que una de tantas maniobras de los yankees para desestabilizar el país. Debería ser denunciable, deberíamos tener el poder de mandar a los tribunales a estos sátrapas, capaces de mentir hasta la saciedad, sin que les importe que sus mentiras puedan llevar al odio, a las confrontaciones y a intervenciones que pueden terminar en guerras. Es absolutamente insoportable verles actuar.

Es que además, me pilla de lleno. Yo mismo di una charla sobre “Venezuela”, intentando explicar qué estaba sucediendo, intentando dibujar el perfil de una figura política subvencionada por EEUU, e intentando dejar sobre la mesa una serie de consideraciones, historias y documentos que reflejaban muy bien lo que estaba aconteciendo. Las cosas entonces estaban muy enconadas, y solo el hecho de sentarse ante un auditorio para ofrecer otro discurso requería de templanza y mucha investigación. Era tal la situación, que hubo hasta quien mostró un enorme enojo, haciendo ver además que era del todo inapropiado que alguien (yo), pudiera tener el valor de ofrecer aquella exposición. Es decir, se ponía en tela de juicio la intervención, sin que importara lo más mínimo qué es lo que presentaba, y por qué.

Pero es lo que está aconteciendo desde hace mucho a nuestro alrededor. El ventilador de la confrontación no descansa, y la ciudadanía toma aire sin descanso…

Esta semana también la logia informativa ha cumplido debidamente con su deber: atacar a Rusia y dejar constancia que de allí solo nos pueden llegar la maldad y el terror vestidos de fascismo. En esta ocasión, y con una labor de investigación propia de fieles escuderos que se prostituyen sin que les importe lo más mínimo su dignidad, han aireado una una nueva noticia, con el único propósito de lanzar a toda la población contra ese país vecino que hasta no hace mucho era el gran suministrador de energía para Europa. Todos los periodistas decían al unísono lo mismo: “un grupo supremacista ruso estaría detrás de las cartas bomba en España, bajo órdenes de la inteligencia de ese país”. Y continuaban…, “El Movimiento Imperial Ruso, grupo ultranacionalista nazi está instrumentalizado por Putin”. Fuentes, el Centro para la Seguridad y Cooperación Internacional de la Universidad de Stanford y funcionarios estadounidenses…

Dicen tantas barbaridades, afirmacionista, que deberías empezar a considerar qué estás haciendo con tu vida, porque lo que tú estás haciendo, está afectando gravemente al conjunto de la sociedad, hasta tal punto, afirmacionista, que lo que estás desandando y pensando, está dando alas a la OTAN y a EEUU para seguir dilapidando el mundo.

¿Sabes? Los dueños de los medios y sus acólitos ganan mucho dinero, sobre todo los que tienen amplios canales de distribución. Y cobran, para que tú, afirmacionista, les sigas la corriente y seas capaz de levantarte un día odiando a Rusia, y seas capaz de levantarte otro amando sin cesar… a toda una familia ucraniana que tiene en su casa un símbolo nazi para decorar su maravilloso hogar.

Hoy, afirmacionista, tus informadores están nuevamente de celebración, intentando atar cabos para ver cómo nos cuentan las peripecias de un jubilado burgalés que tiene contacto directo con el Kremlin, que distribuye ideología racista por redes, y que está dispuesto a hacer saltar por los aires el congreso español si a éste se le ocurre entrar en guerra la próxima primavera.

Quienes viven al margen de las consecuencias que tienen “estos acontecimientos” (esta forma de obrar del poder), y no le dan importancia a lo que ven y escuchan en televisión quizás no terminen de comprender el mal trago por el que hacen pasar a los sectores más exigentes y reivindicativos que también habitan esta sociedad. Quienes viven al margen, más pronto que tarde, lo sabrán, y un día se sorprenderán sin sueños que contar…, y menoscabada su dignidad. Porque a su alrededor, solo habrán sembrado las semillas que hacen florecer al disparate y la frivolidad.

OTAN No, Bases Fuera


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La censura tomando cuerpo de ley

Eliminar del discurso público a todas aquellas personas que lo único que desean es vislumbrar otras perspectivas se ha convertido en mandamiento para el Capital. Es igual que hablemos del virus, de la guerra o del santo grial. Si con ello estampas contra la pared el discurso oficial te conviertes en detrito social, señalado e insignificante intelectualmente.

Estos últimos meses presenciamos un nuevo capítulo, en una Alemania que vuelve a tender puentes con el totalitarismo. Una Alemania que modifica el código penal para aumentar los delitos relacionados con la libertad de expresión. 

Son muchas las personas allí que han mostrado su desacuerdo con ese ferviente deseo de llevar la OTAN hasta las puertas de Moscú, y dichas personas sufren la difamación por presentar otros argumentos, otra mirada más transigente con la paz.

Lo explica muy bien la politóloga Ulrike Guerót en su nuevo libro «El fin de Europa», escrito junto al historiador Hauke Ritz. Tratan de explicar (entre otras cosas) cómo se ha llegado al conflicto en los últimos 30 años. Con otra narrativa, claro está, y las críticas recibidas incluían hasta la petición de retirada  de su plaza titular en la universidad.

Pero además de la difamación, les cerca una legislación que pretende castigar cualquier aproximación a Rusia y hasta cualquier simbología que pueda ser identificada con este país.

La nueva inquisición es mucho más sutil, sencillamente porque la posibilidad de arrojar la piedra y esconder la mano les resulta extremadamente fácil a las élites, con la ayuda de los impresentables medios de comunicación.

Las modificaciones del código penal de las que hablamos no son sino una intimidación, un claro aviso para navegantes sin velas que les protejan.

Estamos indefensos, y ni la locuacidad más cuidada ni la poesía pueden derribar los muros que han levantado. Más que nunca faltan voces, más que nunca en medio del barro no podemos caminar para mostrar ningún horizonte.

Toda la información que se publica es parcial. Y los discursos confluyen en la misma puesta en escena. 

Muchos activistas están pidiendo a gritos que la ciudadanía alemana no vuelva a cometer la torpeza de implicarse en una nueva guerra con Rusia. Pero tienen todas las de perder; ni siquiera los partidos políticos de «izquierdas» están por la labor de luchar contra este incendio que ha quemado hasta los bosques expropiados a la civilización.


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Censurando, que estamos en democracia

Todo un entramado censor se ha venido estableciendo en nuestros países. El proceso lleva mucho tiempo. No se trata de una reacción a la guerra de Ucrania, ni se trata de una respuesta a supuestas políticas belicistas rusas. Bien al contrario, es toda una reconstrucción que proviene de políticas estadounidenses de las que ya hablamos hace muchos años, que consisten en demonizar a sus opositores e ir publicitando el rostro del enemigo para después tener el respaldo o justificación para realizar este tipo de acciones coercitivas contra la libertad de expresión. Es decir, primero se define un plan de ataque, y después se elaboran una serie de medidas que responden únicamente a los objetivos de dicho plan. Para que nos entendamos: las represalias contra los medios rusos no son consecuencia de la guerra, sino uno de esos objetivos que ya estaban prediseñados en el plan de ataque.

Cuesta creer que a estas alturas haya este tipo de sanciones contra los «disidentes» o contra todas aquellas personas que luchan por desmontar las versiones oficiales, pero es un hecho que está protagonizando uno de los más lamentables episodios de las democracias capitalistas. Me ha sucedido a mi y está sucediéndole a muchas otras personas que procuran contar o narrar sus impresiones sobre este oxidado mundo.

Ocurrió hace unos meses (el 16 de septiembre), y arrinconaron mis palabras y no me permitieron publicar durante un buen tiempo (un mes). Hoy solo deseo mostrar cómo fue el proceso y así dejar constancia de lo que está sucediendo.