(Los erizos y nosotros)
Cuando los animales se sienten amenazados el complejo sistema de supervivencia se activa ante la percepción de cualquier peligro (hay una auto regulación que ha de posibilitarla). En primera instancia la reacción más común es alejarse del contratiempo, pero si la amenza persiste, se evalúan las posibilidades de éxito ante una probable lucha.
Hace unos días me encontré con un erizo. Un pequeño animal con púas, distribuídas dorsalmente, que descansan en la capa más profunda de grasa en el tejido subcutáneo. Bajo esta capa están los poderosos músculos orbiculares que le permiten enrrollarse como una verdadera bola cuando siente el riesgo. Su único mecanismo de defensa debió entenderlo así cuando me aproximé a él.
No había por mi parte intención alguna de acudir a combate alguno. Pero el pequeño mamífero no necesitó ni cinco segundos para esconderse en su fortaleza. No había mucho que meditar. El proceso evolutivo deja constancia en los genes del paso del tiempo y de todos los avatares. La reacción fue inminente. No dió un paso de más y quedó quieto todo el tiempo necesario hasta advertir que lejos estaba la sombra que intuía. Podías moverlo y descubrir el envoltorio con el que se revestía. Ante cualquier gesto o movimiento no avanzaba, hacia ningún lado. La decisión era clara y concisa. Hasta que aquellos ciento ochenta centímetros dejaran de incordiarle, quedaría a merced de su suerte, y de mi empatía. (Hay otras gentes que gustan de su carne).
Mi cámara hizo dos fotos. No le gustó el flash y se encogió aún más. Mientras lo observaba pensé que tenía suerte. No por mi bondad, que la doy por hecha entre millones de personas, sino por su rapidez en la toma de decisiones. Los resultados asi lo avalan; un resorte o detonador se dispara cuando algo no va bien, y se toman las medidas pertinentes para seguir el rastro de la vida, y para defenderse en ella.
¿Pero a nosotros, qué mecanismos nos permiten defendernos? ¿Cómo podemos liberarnos de todas las batallas? Quise apropiarme de esa capacidad resolutiva, y de rociarme con ella antes de prender fuego a mis reflexiones. Y me quedé pequeño y me vinieron a la mente miles de personas palestinas y ucranianas, también miles de personas desahuciadas, violadas, castigadas, humilladas, lastradas, mutiladas, hambrientas…, y sí, también asesinadas. Millones de seres humanos damnificados sin que evolución alguna otorgue ningún ingenio para defendernos de la barbarie y del dolor.
Infinidad de situaciones acechan y castigan nuestra mente sin rubor. Hemos de responder con éxito, no sucumbir y permanecer indemnes respondiendo con brillantez a cada amenza. Pero me temo que estamos rodeados de ellas, y que nos quedan cada vez menos fuerzas, cada vez menos ganas, y cada vez menos púas.
Me dormí soñando ser un erizo y maldiciendo al ser humano. Quizás fuera el calor, quizás mi latente indefensión.
Al despertar quise descubrir en mi interior algún artefacto o dispositivo para paliar el temor, el desasosiego y la obstrucción. Sentí que nuestra capacidad para herirnos es inmensa, y que alguna mutación se había desviado del camino.
La alarma siempre esta ahí, y lo peor de todo es que en el caso de los hombres los más débiles nunca tendrán posibilidad de luchar, ni de subirse a muro alguno para protegerse de las balas. Cuando decidir es una cuestión de ir a socorrer a tu hermano o dejar atrás tu hogar y huir, estamos destrozando el progreso de miles de años y, con ello, la historia de la humanidad. Cuando no existe la más mínima posibilidad de luchar para repeler los ataques, podemos considerar que la involución es el poso del capitalismo, y su consecuencia, la verguenza de nuestra especie.
Quién pudiera ser erizo en Gaza o en Donetsk, hacerse bola, y refugiarse en su escudo anti-invasor!
Colaboración para Iniciativa Debate