Escribir ajústandote al mundo que percibes, es decir; informarte, recopilar, analizar, comparar, reflexionar y concluir es, cuando menos, un trabajo exasperante. Otra cosa es opinar, que es lo que las nuevas tecnologías han propiciado sin mesura y lo que una absoluta mayoría de la población tiende a hacer constantemente (eso sí, creyendo estar completamente informada y complicando aún mas, si cabe, el abierto debate, tan necesario cuando el control social se impone como criterio de democratización de la salud pública).
¿Por qué uno deja de escribir? Probablemente haya varias razones. Y una de ellas puede ser la nula esperanza en el cambio o, digámoslo de otro modo, ese pesimismo que muchas veces se instala atendiendo a las razones que lo impulsan. Yo creo que no soy pesimista, que soy realista. Pero es precisamente cuando escribo cuando la realidad se vuelve absolutamente oscura…
Ni que decir tiene que no estoy en contra de la opinión pública, pero me echo a temblar cuando ésta es unívoca, irradia odio o rencor, se manifiesta en comunidad y es capaz de querer someter a parte de la población a un tribunal de guerra sin que haya delito de por medio. La opinión ayuda a manifestar nuestras querencias, nuestros deseos, nuestras preocupaciones y hasta nuestros sueños. Detrás de ella debería residir parte de nuestro complot contra el mundo, pero lo que habita es la construcción del mundo adueñándose de nuestra conciencia.
Actualmente, las posibilidades de obtener adecuada respuesta a la curiosidad a través de la información que nos llega son, cuando menos, obtusas y escuálidas. Ya no vamos a las bibliotecas a leer y a indagar en mundos desconocidos, nos zambullimos en la red y nos ahogamos. Y cuanto más agua bebemos, más creemos saber, sin tan siquiera comprobar que ésta no estaba destilada. Digamos que los modos con los que accedemos al saber están completamente contaminados, y lo que consideramos conocimiento no es más que acumulación del mismo desperdicio.
Si a ello añadimos el tenebroso trabajo que vienen haciendo los medios de comunicación desde que el imperio económico ratificó su dominio universal, créanme, las cosas no solo se complican, sino que se hace casi imposible poder cavilar contra el pensamiento único. Escondido en una gran fortaleza y muy bien armado, éste no entiende de criterios deontológicos, y mucho menos de moral alguna que respalde sus modos de actuación. Sin que tengan la más mínima relevancia el contenido que defiende o las causas que lo conforman, puede hasta suceder que sus seguidores abanderen sin tapujos los valores de la justicia y a la semana siguiente respalden a la industria farmacéutica. Y puede también que se manifiesten por las mujeres de Afganistán y a la semana siguiente animen a la OTAN para reventarle la cara a Putin.
Son éstas y otras mil situaciones similares las que vienen sucediendo en nuestro aturdido siglo XXI, y son millones las personas que van remando a contra corriente pensando que avanzan a buen recaudo. La pandemia ha terminado de constatar hasta qué punto una sociedad en su conjunto puede dirigirse al precipicio; respaldada tan solo por un supuesto del saber y amordazando, además, a esa acreditada y legítima ciencia que requiere del contraste y la confrontación, de los claroscuros de Caravaggio y las profundidades de Courbet.

La paleta de colores ha desaparecido, y con su desaparición estamos huérfanos. Pero esta vez, dicha situación no nos lleva a arroparnos y colaborar, sino a enfrentarnos y enfermar de cólera y soberbia, de inoculaciones experimentales y de ingravidez. Ya ni tan siquiera sentimos el suelo que pisamos, nos vale con ver series, la televisión, y mirar hacia arriba (cuando el meteorito del capitalismo nos lo ordena y cedemos presa de la confusión).
Voy a intentar escribir un poco estos días, solo para intentar reflejar lo que hoy he querido exponer. Estamos rodeados de afirmacionistas, de abnegados receptores de las antenas parabólicas, de librepensadores que llegan a las mismas conclusiones y de cosechadores de semillas envenenadas. Espero darlo a entender y, cuanto antes, comenzar con la primera píldora informativa. Serán pocas, pero serán. Hasta pronto.
OTAN no, bases fuera.