Breves:
Cuanto más se detiene el tiempo (ligado éste al trabajo, al ajetreo y al ruido), más propensos somos a la añoranza. De lo cual se puede derivar que la aproximación total al silencio, nos lleva a profundizar completamente en nuestro drama. Los domingos en general detenemos nuestras vidas, y a punto estamos de sabernos engañados y comenzamos a interrogarnos sobre los musgos que nos custodian. Y justo antes de respondernos, regresamos al resto de las jornadas, sin tiempo para cambiar ni de semblante.
Los fines de semana son un peligro para el sistema, porque bien sabe éste que tendemos a interiorizar y a buscar nuestras telas de araña. Por ello el capitalismo despliega toda una serie de ocios a la carta, para no rendirnos a nuestras evidencias, y seguir el curso de los relojes y los horarios, atados siempre a la misma pelea.
Y así, cuando llega ese supuesto día de descanso, muchas veces nos sentimos extraños, más si cabe cuando estamos solos o fuera. Maniatados por la excesiva querencia a mirarnos en la desnudez más absoluta, esa que duele y te observa con todas las heridas, esa que duele y no te deja atravesar la niebla.