Un dominio propio

Una de las más lúgubres maniobras de nuestras democracias es convertir la búsqueda de la verdad en delito y, de paso, hacer creer que las reflexiones que emanan de esa búsqueda sean consideradas subversivas o radicales.


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Violencias

(Nueva colaboración para la incansable y sorprendente «La Ignorancia Crea»)

Desde hace ya algún tiempo, incluso la violencia ha pasado a ser objetivo de los medios. Pero no como elemento de concienciación con sus posibles consecuencias, sino como herramienta de control para doblegar a la ciudadanía y exponerla sin contemplaciones ante el proceso vivencial de lo que podríamos denominar “catarsis permanente”. Sabiendo que la insistencia y la repetición desacreditan la capacidad de sorpresa y la reacción, nos vemos sometidos a continuas avalanchas de sangre y fuego.

Este modelo coercitivo de socialización suministra sin cesar dosis de adoctrinamiento sin reparación de los daños causados. Ante una coyuntura de interacción problemática se tiende a saldar todo con la eficacia que otorgan la fuerza y la contundencia. Una resolución dialogada deja de tener el mínimo interés, y la vida se convierte en espectáculo permitiendo que el conflicto vertebre cualquier proceso.

La red que lo sostiene todo es de acero, y es capaz de soportar el estallido de mil mundos. No son las guerras las que han de acaparar todas las portadas; desde una manifestación hasta un accidente de tráfico se convierten en publicidad violenta, y ya hasta el noticiero del «tiempo» revela la primacía de los discursos nada benevolentes.

Llevamos décadas de menosprecio absoluto hacia la paz, y ésta no solo no se promulga sino que además parece interferir los deseos de los mercaderes y los comisionistas del desorden. Desde que nos levantamos hasta dormitar henchidos de agresividad, recibimos cada jornada cientos de imágenes relacionadas con esa sofisticada maquinaria que gratuitamente nos desmantela para enfrentarnos sin despojos ante el sufrimiento. Y no se trata del retrato veraz de nuestras urbes y nuestros pueblos, sino de la imposición de una serie de secuencias relacionadas con la maldad a golpe de noticiarios impertinentes.

No estamos ante el descalabro natural de la bondad humana, más bien nos situamos frente a la amenaza continua, que viene patrocinada con nombre y apellidos y además es generadora de inmensos beneficios por ello. Las empresas armamentísticas son el telón de fondo, y las políticas belicistas el andamiaje necesario.

Sin que nos demos cuenta, todo proviene de firmas y contratos. Uno de los últimos sucesos que esclarecen este argumento lo acaba de protagonizar don Pedro, en su afán de seguir vendiendo un país al mejor postor, siendo capaz de cambiar cromos por barcos de guerra. Cumbre de la OTAN, Joe Biden invitándole a sus aposentos por una hora… Todo tiene un precio, y en nuestro caso seguimos amasando violencia en nombre de inexistentes enemigos o, lo que es peor, de enemigos creados ad hoc para seguir propiciando el negocio más vil y humano. A semejante situación, es curioso, lo llaman acuerdos de relación estratégica.

Y como en toda estrategia, hay un plan. Y éste viene, además, respaldado por una de las principales características del Estado Moderno: ser depositario del monopolio de la violencia y del uso de la fuerza. No debemos olvidar que todo este entramado es un paripé, y que no responde al deseo democrático ni al desarrollo garantista de los derechos individuales. Una inmensa mayoría ni queremos ni promulgamos el uso y abuso de la crueldad, ni contra nuestros seres queridos ni contra aquellos que viven en los confines de nuestros horizontes. Otra cosa es que desde el propio Estado se infiltre en nuestra sangre el aroma de la violencia, haciendo posible que de la noche a la mañana seamos capaces de odiar a China o de respaldar las políticas más inverosímiles y abyectas.

En su afán dominador nada hay más convincente que conseguir que seamos creyentes de sus intereses, lacayos endemoniados con incapacidad severa para ver más allá. Lo más sorprendente es que el nexo de unión para que se asuma esta realidad como algo natural y prudente es lo que viene a llamarse Democracia. Conviene recordar que no soy ningún teórico protector del absolutismo ni de fascismo imaginable, pero sí teórico delator del desfalco con el que nos intimidan constantemente. Nuestras democracias son un verdadero disparate, y nunca son ni el más mínimo reflejo de nuestros intereses ni aliento alguno para nuestros sosiegos. Están completamente asociadas a los vaivenes del poder, y solo por ello, anulan todos nuestros sueños. Creer en ellas es nuestra perdición y, por ende, la victoria de quienes manejan las madejas con todos sus hilos. Sería aconsejable repensar todo muy bien, porque algo tan sencillo como poder afirmar que no existen las democracias en su verdadero sentido sería el comienzo de una nueva etapa, tan necesaria como urgente.

Y no es ardua la tarea. Bien al contrario, debería ser la respuesta directa a todos los males. Asumir esa verdad es la única solución. Proseguir con el juego de votar al menos malo es un parche insignificante y muy pernicioso para nuestra sociedad. Estamos colapsando y todo el deterioro construido no tiene solución si antes no edificamos y establecemos un nuevo sistema.

Resulta fácil, pero también muy perverso, defender nuestro modelo político. Para mí es inimaginable. No encuentro ningún sustento teórico y ninguna realidad que me haga pensar lo contrario. Y por ello, no puedo ser abanderado de ninguna causa indefendible.

Photo by joséluis vázquez domènech

Pero lo más curioso de todo es que hay una razón de fuerza mayor que debería obligarnos a cesar inmediatamente de apoyar tamaña insensatez. ¿Desde cuándo alguien puede respaldar nada que vaya asociado a la violencia? ¿Desde cuándo alguien que dice amar la paz puede justificar los atropellos continuados que realizan nuestras democracias? ¿Desde cuándo se sostiene que para vivir bien han de vivir muy mal los otros, los pobres habitantes de nuestras guerras? ¿Desde cuándo somos capaces de respaldar aquello que solo habita en el pensamiento y en un plano teórico desfasado? ¿Desde cuándo matar puede ser un añadido para justificar el bienestar de una pequeña parte de la población mundial?

¿Es que acaso no sabemos que nuestra violencia es el germen de nuestro capitalismo? ¿Es que acaso no sabemos que la mueca de nuestra sonrisa es debido al expolio al que sometemos al mundo? Y peor aún, ¿cómo es posible que sabiéndolo seamos capaces de respaldar semejante atrocidad? Me resulta indecente asumir desde el marco social esta posibilidad. Pero como sé que es la mayoritaria, prosigo con mi denuncia.

La violencia, además de mostrarse incoherente con la felicidad, propaga sus garras en
nuestras relaciones, puesto que éstas beben de aquellas fuentes que nos vienen dadas. Las redes sociales, las aplicaciones, las pantallas y la propia educación, resentida del conocimiento y buscadora de competencias, no son sino detonadores de esta era de explosión arrogante e individualizada.

Todo lo que nos rodea nos incita al desánimo, al virtuosismo digital y a la desertización social. Y lo que es peor, todo lo que nos rodea viene sobrecargado de incoherencia. Toneladas de información irresoluble. Contradicciones tejidas para el conflicto incesante. Una semántica diseñada para el barbecho lingüístico. Pornografía en cada esquina para sexualizar hasta los sueños de los ángeles. Sobrevaloración de cualquier estupidez musicada en los vastos territorios del tik tok. Desmembración de los sexos para que cada cuerpo sienta desde los discursos, y no desde la vivencia empática de cada poro. Todo se enreda, y ante la duda, las farmacias te venden hasta el deseo reinventado. Y la disonancia, al final, termina por formar parte de libertades recreadas, del consumo estratégico y de la volátil existencia.

Sé lo que quieras. El mercado te hará libre. Sequía. Calor. Sed… y violencia. Paga y se te dará. Todo menos la felicidad. Paga y te ofrecerán todas las series del mundo, conexión ultrasensorial, mentira virtual, opacidad electoral, corazones verdes, energía rebautizada, paneles solares y poda de árboles. Violencias escalonadas; desde una casa impagable hasta un salario inolvidable, desde el encarcelamiento por gallo de pelea hasta la reclusión por depresión con fentanilo, desde la militarización de los trabajos hasta la uniformidad del pensamiento, desde el maltrato interpersonal en la escuela hasta la desatención del profesorado, desde la huida a la ciudad corrompida hasta el olvido de los trigales limpios, desde los manantiales secos ya en invierno hasta las nubes decoloradas sobre los fuegos, desde los vientres de alquiler hasta los estómagos vacíos. Te harán libre, pero en medio de todas las batallas.

Violencia patriótica, no lo olvidemos, que se ejerce por falta de educación y por exceso de exposición.

Seguimos oyendo el llanto de un niño palestino. Y a eso no le llaman violencia. Ni lo nombran. No le esperan ni para el entierro. No hay nada. Nuestras emociones están perfectamente descontroladas.

OTAN No, Bases Fuera

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Con-tacto

Una nueva colaboración para «la ignorancia crea»

Se le olvidó acariciar. No es que antes fuera una eminencia en las aproximaciones corporales, pero era capaz de distinguir una anémona de un lunar. Me dijo no recordar, cuándo fue la última vez que encalló en algún puerto seguro, y presentí que cansada de transitar de boca en boca se abandonó. Pero lejos de aparentar esa añoranza que dibuja el deseo anhelado, estaba extrañamente sosegada, apartada (digámoslo así) del círculo vicioso que representa la maquinaria sin par del reconocimiento. Yo siempre la imaginé fuera del tiempo, y no tanto por su distraída percepción del momento, sino por esa querencia inconsciente de querer abstraerse a través de la más mínima grieta.

En el fondo, se sentía tranquila, tan solo impaciente por quedarse sola, arrinconada como decía ella, por algún libro que otro, por algún delirio ultrasensorial que hace tiempo era incapaz de sentir con ningún hombre. Trasladaba sus apetitos a las páginas perfumadas con algunas reflexiones que humedecían sus pensamientos, a la pantalla de su televisor con alguna película que la afligía, o a alguna canción que, dadas las circunstancias, hasta la alegraba.

Definitivamente, vivía también esa contradicción que se había instalado dentro de las murallas que había levantado Occidente. Por un lado no quería saber nada del mundo en general y, bastante poco, de alguien en particular y, por otro, añoraba el olor de la contienda, el aroma de algún rastro que mereciera la pena.

Pero a estas alturas, dado que casi nada ni casi nadie merecían la pena, optó por el sendero inmaterial, por los astros y algún universo muy poco celestial. Y claro está, por el más allá. Porque más acá, se sentía enjaulada, y muchas veces incluso despreciada. Ese tipo de desprecio parecido al de sentirse melocotón en almíbar en una estantería cualquiera.

Había olvidado hasta socializar; ya no había aroma, repetía. La pérdida definitiva del eslabón que aún nos mantenía próximos a la evolución la invitaba a aislarse sin concesiones. Las nuevas tecnologías que no eran tal a los pocos meses oprimían su pecho y respiraba humanidad a duras penas. Solía expresar sin tapujos y, normalmente, con dos vinos de menos, que prefería una bolsa de pipas a desembolsar su trascendencia una noche entera.

Desayunaba sola. Lo venía haciendo así desde el preciso instante en el que el cambio climático perforó sus ovarios. Hasta hoy, que lo ha hecho conmigo. Tomar un café y acariciar mi mano. En silencio. Al parecer, lo último que debemos olvidar es -a pesar de todo-, el contacto humano.


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Laberintos… y laberintos

Seguimos colaborando con «La Ignorancia Crea»

Photo by joséluis vázquez domènech

Perderse es una posibilidad más de vivir. Al hacerlo, como ocurre con los acontecimientos más significativos, nos encontramos con varias opciones, o lo que viene a ser lo mismo, nos situamos ante diferentes encrucijadas.

La determinación de seguir sin grandes contemplaciones (dejándote llevar sin forzar absolutamente nada), se convierte en el camino natural y, probablemente por ello, en la opción menos cotizada socialmente. En la última encuesta del CIS nada preguntan al respecto, razón de más para considerar que ha de ser una opción legítima y, además, altamente recomendable.  Pero si preguntamos en las aulas a nuestros estudiantes, perderse, en cualquier parte y a cualquier hora, se convierte en la alternativa más deseada, por encima de elecciones tan presuntamente satisfactorias como ir al cine o leer un libro.

Otra posibilidad, más demandada pero no por ello más sofisticada, es la que sucede cuando uno se pierde porque a su alrededor nadie le encuentra. Ante esa tesitura, hay quien se perturba y quien se hace fuerte. En el primer grupo se tiende a pensar que la vida no es un camino de rosas, y que antes de nacer, se les debió haber pedido permiso para venir a éste mundo. En el segundo grupo, en cambio, saben perfectamente que la vida es un desgarro y, quizás por ello, toman las riendas aunque sea para ser artífices de cualquier derrota, conscientes de que una cosa es vivir desangelado y otra perder la batalla una vez de haberte sacrificado.

Quedan en medio de la nada las voces calladas de una inmensa mayoría. Normalmente son quienes más hablan, quienes más trabajan y quienes más contribuyen a satisfacer los deseos de los otros, sean éstos políticos, amigos, vendedores ambulantes o corredores de apuestas. En general creen ser parte necesaria del engranaje social, y aunque en cierta medida sea cierto, lo que son es el eslabón perdido entre el hombre y el dragón de Komodo.

Y más allá de toda duda, habitando la certeza menos emblemática, están los olvidados. Siempre, y sin motivo aparente, pobres y olvidados. Perdidos, pero no tanto por no haber sabido encontrar el camino, sino porque quienes viven sin grandes contemplaciones, los perturbados, los fuertes y la inmensa mayoría, se despistan de ellos con una facilidad asombrosa. Perdidos, porque ni tan siquiera les mencionan en los mítines populares.

Cada cual puede perderse como quiera, pero una cosa es hacerlo voluntariamente y, otra muy diferente, hacerlo sin saber siquiera que existía la posibilidad, porque dentro del laberinto no hay salida, y sin salida no se puede ver más allá. 

El 37,3% de la población de Andalucía (datos de 2017), está en riesgo de pobreza y/o exclusión social. Según el «Informe sobre el estado de la pobreza en Andalucía, 2008-2018», elaborado por la «Red Andaluza de Lucha Contra la Pobreza y la Exclusión Social», y tomando el índice AROPE con sus subindicadores correspondientes (tasa de riesgo de pobreza después de transferencias sociales, carencia material severa y personas que viven en hogares con muy baja intensidad de trabajo), tenemos que una problemática que subyace en este territorio desde hace muchísimo tiempo deja abandonados dentro del laberinto a miles de personas. Miles de personas que no saben qué hacer con sus vidas porque no les dan las herramientas adecuadas, ni un empleo indispensable, y me atrevería a decir que ni el respeto que merecen como personas. 

El 37,3% de la población de Andalucía está olvidada, y no de la mano de Dios, sino de una amplia mayoría de la población y por los ilustres representantes de los gobiernos  correspondientes. Y como ocurre otras tantas veces, tardarán en socorrerles, porque ni pueden formar loby alguno de presión, y porque no tendrán a los medios respaldando sus ilusiones.

El laberinto de la pobreza no es un jardín por el que corretear buscando el punto de fuga, más bien el hogar sin techo al que nos tienen acostumbrados los jardineros del capital, y los delincuentes electorales. 

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La pereza del abandono

Colaboración con las inquebrantables amistades de La Ignorancia Crea.

(Ha brotado un nuevo número, y hay que celebrarlo)

 

photo by joséluis vázquez domènech

Las cosas cambian. Pero la vida, la vida la diseñan los pensamientos. Podemos creer haber atravesado todos los matorrales y aquellas pedregosas montañas que no tenían fin, y aun así sentir los pies deslizándose en el barro. Incluso cuando todo parece indicar que el olvido se asienta en el salón de la vida cotidiana, llega un recuerdo, cuando menos te los esperas, y te desangra hasta el último lapso de discernimiento. Los actos, a veces, no son tan importantes, sobre todo cuando quedan a expensas de cualquier estallido, y es de nuevo el pensamiento el que retoma el timón y todo es estridente.

No hay sitio en el quirófano para extirpar todo lo que llevas dentro, ni mecanismo alguno que pueda succionar cada una de tus neuronas y promover una fiesta cada vez que se divisa el desaliento. La fortuna se incrusta contra la pared, la prosperidad se disuelve en aguas contaminadas, y la única conexión que funciona es la que tienes con el pasado. Con los días obtusos, con las ofertas del supermercado y, probablemente, con alguna incontinencia.

Desconozco la razón por la cual uno se desentiende y queda atrapado en el laberinto del ser cautivo. Imagino que es como si se desconcharan todas las paredes del afecto, las propiedades antisépticas ya no pudieran reducir la más mínima posibilidad de infección, y absolutamente todo se desmoronara. Hasta la compatibilidad con la esperanza.

Las clases de motivación personal pueden llegar a ser hasta un insulto, los bonos de subsidio no tonifican ni el color de la piel, los aperos de labranza regresan a los yacimientos arqueológicos, y en las gradas del estadio ni tan siquiera se escucha el murmullo. El decaimiento generalizado está a la orden del día y no hay ninguna cumbre que vaya a tratar sobre la esperanza.

Los domingos han dejado de existir. Corren rumores de que todas las acciones bajan, y la parálisis intensifica su poder de atención. La incomprensión se amontona en todas las estanterías y ya no queda sitio ni para una mota de polvo.

El mundo se rompe, solo quedan los escombros y hay que volver a revisar todo aquello que oprimía. El mapa donde se concentran todos los accidentes, y en el que también debería estar descrito…,  el punto de salida.

El mapa de la memoria.


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El oficio de maestro

Nuevas palabras

(Colaboración para «La Ignorancia Crea»)

Bajo un sol de injusticia, luchamos para apaciguar los daños de la vida. Arduo es el trabajo de coexistir bajo los escombros del sistema. 

No estamos aquí para habitar ciudades inhóspitas y trabajar hasta desangrar la sonrisa. Pero las habitamos. No despertamos para inspeccionar los atajos de los caminos polvorientos y, mucho menos, para deforestar los bosques que nos protegen. Pero los deforestamos. No aprendemos a erguirnos para, acto seguido, hincar las rodillas ante los representantes de nuestras pesadillas. Pero hincamos hasta las emociones en las mochilas de su pragmatismo. No apagamos los incendios para despoblar de afectos miles de kilómetros cuadrados. Pero despoblamos sin darnos cuenta y para cuando miramos…, todo es desierto.

Bajo un sol de injusticia, luchamos para buscar sentido a lo que no tiene. Malditos los arrendatarios de la pobreza y la injusticia, capaces de señalarnos por nuestra fragilidad.

No debemos esperar a los reparadores venidos a más, a los nuevos entrenadores de la felicidad ni a los condimentadores de alegrías caducadas. Hay que proceder a reventar las cañerías, y a humanizar las huellas de nuestras pisadas.

Y si para ello conviene una nueva pedagogía de la rebelión, llenaremos las escuelas de nuevas palabras.

Oficio de maestro


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Océano

La Ignorancia Crea

(Revista Independiente y Gratuita)  Nº 12 – Noviembre – Diciembre 2016

Ideas, opinión, música, literatura, diseño, fotografía, cine y poesía

Océanos de esperanza

Puse un anuncio ofreciendo mis servicios y solo recibí por respuesta la voz nada callada de centenares de hombres, dispuestos a intensificar experiencias pero gravemente mutilados en sus proyecciones afectivas e incluso sociales. No les interesaba lo más mínimo en qué podían consistir mis objetivos y todos ellos daban por hecho que yo era mujer abierta en dos y a ser posible entre los tablones crucificada. Constituían un mercado poco ambulante y se exponían, sin tan siquiera saber, con un puñado de euros a cambio de lo que me disponía a conceder.

Tuve a bien mostrar mis reticencias ante la respuesta obtenida, y decidí concretar un poco más en los repliegues de cada palabra. Y maticé que no era yo quien tributaba, sino que desde mi yo, era capaz de enmendar ciertos servicios que, lógicamente, muy bien administraba. Casi un número similar de acaudalados egoístas tuvo a bien imaginar que yo sí era un cuerpo muy ambulante, y que con él podía hacer desde las piruetas más extrañas hasta algo parecido a la magia. A una explicable mayoría les resultó aún más grato pensar que estar con alguien con experiencia tendría el precio módico que ellos mismos habrían de estipular.

Photo by joséluis vázquez domènech

Photo by joséluis vázquez domènech

Sin meditarlo mucho me desprendí (con total impunidad) del yo externo e hice saber que una mujer con experiencia estaba dispuesta a ofrecer su ayuda para aquellas personas que así lo precisaran. Paradójicamente se me llenó el buzón de sugerencias poco surrealistas y bastante más intrusivas. Me encontré con los mismos hombres, pero esta vez, «necesitados» de una buena fornicada o lengüetada, o como me dijo alguno, de una hembra que bien sabía lo que quería hacer.

Las cosas así no me quedó más remedio que despersonalizarme por completo, añadiendo la misma frase pero dejando a la mujer que habitaba en mí, fuera de juego y de todas las palabras. Mas todo indicaba que no había nada que hacer. La mayoría de hombres tienen una memoria selectiva para incinerar el hueco de sus deseos, y ésta vez demandaron al unísono para saber por mi desorientación sexual, respondiendo que en caso de ser portadora del sexo femenino pues claro que desearían que yo les ayudara, a empalmar sus impulsos aun a riesgo de ser yo una auténtica terrorista barrioaltera.

Mi última propuesta terminó anulando por completo mi existencia, y me descubrí como un hombre que ofrecía todo su aprendizaje y todas sus pericias.  Como si dicho grupo no quisiera quedarse diezmado, un mismo porcentaje pero esta vez de «otros hombres», quedó encantado con el nuevo escenario que planteaba e interpelé vía urgente a todas mis conciencias. La primera de ellas me hizo ver que el lenguaje es un cúmulo de autocomplacencias registradas en el hemisferio subjetivo, y que bastaba un clic para convertirse todo él en un anhelo muy viable. 

La segunda conciencia quedó atrapada entre dos tierras, y decidió que mejor era beber y que le den al mundo y a sus habitantes sin fronteras.

Considerándolo todo no me quedó más remedio que interrogarme por esa razón por la cual todos mis servicios habrían de confluir directamente en los afluentes de la sexualidad y no, por ejemplo, en mis capacidades matemáticas o logísticas. Y pensándolo un poco más, inquietante me resultó intentar comprender por qué los cuerpos estaban mercantilizados y solo les quedaba cotizar hasta en los supermercados.

Hoy desperté arrebatadoramente complaciente, y puse un nuevo anuncio. Mujer, 35 años, nadadora profesional e interesada en compartir océanos de esperanza se ofrece para disolverse sin cantos de sirenas.

Aún estoy esperando, la llegada de algún pequeño mar capaz de perderse en la comisura de mis asimétricas e inconmensurables latitudes.

Nadie parece entender, dónde quiero zambullirme, ni tampoco el color de mi piel. 


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Sombra y Resquicio de Luz

La Ignorancia Crea

(Revista Independiente y Gratuita)  Nº 11 – Septiembre – Octubre 2016

Colaboración nada desinteresada

Photo by Joséluis Vázquez Domènech

Photo by Joséluis Vázquez Domènech

La sombra se desdice cada vez que la luz hace acto de ausencia, y como no hay mal que por bien no venga, llega la oscuridad. Podríamos revelar que ésta no es solo el contrapunto perfecto de la luz, sino también la negación absoluta de toda sombra. Su porción más pequeña, invisible al ojo humano, impedirá siempre la confusión en la espesura negra.

Hay por tanto mucho en ella. Un detalle, incluso un resquicio de esperanza. Paradójicamente la ignorancia es sombra, y es capaz de crear (a todas luces) relatos llenos de vida, poemas y hasta imágenes que traspasan las pantallas.

La ignorancia sobreviene, también, cada vez que el conocimiento hace acto de ausencia, y como no hay mal que por bien no venga, llega la revista. Y así, podríamos decir que ésta no es solo el contrapunto perfecto de la sabiduría, sino también la negación absoluta de toda conciencia.

Del mismo modo que la sombra y la ignorancia necesitan de tu presencia, no es difícil poder llegar a observar… cómo surgen de la nada, un caballo y hasta la sorpresa menos esperada.

Photo by Joséluis Vázquezx Domènech

Photo by Joséluis Vázquezx Domènech


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El Azar

La Ignorancia Crea

Photo by Joséluis Vázquez Domènech

Photo by Joséluis Vázquez Domènech

El azar se estremece cada vez que el hombre incinera su vida cotidiana, con sus horas de trabajo eclipsadas sin remedio
Exige salir a flote en intervalos intempestivos, como en los lapsos que solo saben amarrar los forasteros
Apenas hay distancia entre su despunte y los sueños más confusos y, tal vez por ello, desborda hasta los límites que nos escoltan
No podemos detallar su presencia porque dejaría de ser para convertirse en duda…
Aun así nos sostiene más que la razón pragmática de cualquier amor  que perdura, porque imprime en su textura la emoción más fracturada y repentina 
Cada vez que viene atropella, y todos los suspiros dejan de bostezar parea convertirse en vida.
Si alguien sabe de sexo es el azar, porque es el único momento que vuela.


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Sin Límites

Poemario Disidente.

(sin límites)

Aquél día que abriste una grieta en el camino que te llevaba a casa mientras yo observaba tu melena al viento, un paisaje brotó dentro de mi y todo el páramo del mundo se extendió como lo hace la música por los rincones olvidados de la memoria. Ajeno a cualquier circunstancia lo olvidé todo sin pensar en ello, y mitigué los frenos que había puesto a la vida. No lo olvidaré siempre. Un 30 de diciembre te columpiaste en mis entresijos y las arañas salieron a despedirte el último día del año, recobrando las fuerzas para construir una nueva tela que atrapaba hasta el aliento que dejaste sobre la almohada. Los verdes prados te acompañaron hasta el mar, y descansaste allí guardando el secreto entre las olas, tumbada mientras sentías cómo tus pies rozaban la península de la felicidad. El esperma que llevabas dentro fertilizó las algas y los acantilados, inseminó a los peces y desinfectó el desasosiego de nuestro cosmos extraoficial. Aquél día no hubo noche y desaprendí a nadar, porque no había límites y todo me exhortaba a vivir. Cada pedazo de tierra que pisamos desde entonces es el hijo de un acto sexual reinventado, fragmentos sin reservas para lidiar con el ostracismo de la muerte.

(Si pudiéramos todos los habitantes conocernos en esas circunstancias la radiación nos expondría a observarnos por igual, desnudos más allá de todas las fronteras). 

Observando el fiordo de Clyde, Isla de Arran, Escocia. Photo by Joséluis Vázquez Doménech

Observando el fiordo de Clyde, Isla de Arran, Escocia. Photo by Joséluis Vázquez Doménech